Angela Merkel

La ciudadana Merkel

Pese a acumular un gran poder, supo domesticar su ego y gobernar sin mancha

Tras 5.860 días de gobierno ininterrumpido y a nueve días de superar el longevo récord de su mentor, Helmut Kohl, Angela Merkel traspasó este miércoles el poder al socialdemócrata, Olaf Scholz. Alemania cierra una larga y exitosa página de su historia, y abre otra incierta con un tripartito inédito a nivel federal. Merkel probablemente se sintió aliviada al dejar el cargo tras dieciséis años, pero fiel a su estilo, se contuvo. En una entrevista en «Le Figaro» su retratista oficial, Herlinde Koelbl, cuenta cómo en 1996 le confesó sus esfuerzos para que los periodistas no pudieran «describir tus sentimientos con sólo mirarte». Merkel ha sabido controlar sus emociones, e, incluso, ha logrado algo más importante para un político en ejercicio, dominar su ego. No ha sucumbido al síndrome de la Cancillería como sí lo han hecho otros jefes de Gobierno con probablemente menos poder. Merkel ha creado un modelo de sobriedad y templanza que trascenderá en el tiempo. Ha ejercido el poder de forma inmaculada. No se ha visto salpicada por ningún escándalo, ni caso de corrupción. Educada por un pastor protestante en la ex RDA, la canciller –el título lo mantiene con carácter vitalicio pese a dejar las funciones– no ha cultivado el gusto por el lujo o la ostentación como sí hizo su predecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder. Como buen exponente de la izquierda caviar, Schröder no ocultó su pasión por los coches de alta gama, los vinos franceses y los puros cubanos. Merkel, sin embargo, rechazó alojarse en la residencia oficial de la Cancillería y mantuvo su modesto apartamento en el céntrico distrito Lichterfelde con vistas al Muro de Berlín. Dos policías custodiaban su puerta. Los alemanes no se sorprendían si un sábado se encontraban a Merkel haciendo la compra sin guardaespaldas en el sótano de las Galerías Lafayette. Cogía sus propias bolsas de plástico y pagaba directamente a la cajera. Merkel ha querido ser una alemana más y así lo han percibido sus compatriotas. Ha sido la madre predilecta de los alemanes que cariñosamente la apodaron «Mutti» (mami).

Paradójicamente, pese a esa cercanía, luego ha sido muy celosa de su vida privada. No ha trascendido a qué se va a dedicar ahora fuera del Gobierno. «Tal vez intente leer, luego mis ojos se cierran porque estoy cansada, dormiré un poco y veremos por dónde salgo» declaró a la Deutsche Welle. Es posible que comparta más tiempo con su marido, el discreto científico Joachim Sauer, de 72 años, quien desde junio de este año ha fichado como profesor invitado en la Universidad de Turín. Precisamente en su último encuentro con Mario Draghi, Merkel expresó su deseo de «vivir su amor por Italia de una forma diferente» tras su salida. La pareja suele pasar sus veranos en las Dolomitas, donde practican el senderismo.

Merkel disfruta con los placeres sencillos. Le encanta cocinar el pastel de ciruela y la sopa de patatas, uno de sus platos favoritos. Igual que sus compatriotas, le gusta acudir a la Ópera. Es muy probable que la veamos más como espectadora en los festivales como el de Bayreuth. Pero eso no significa que vaya a desaparecer de la escena pública. Merkel mantiene una oficina vitalicia y un coche oficial. Ha pedido quedarse con nueve colaboradores: un jefe de oficina y su adjunto, dos asesores, tres jefes de proyecto y dos conductores. Una madre, no abandona.