Política

Boris Johnson, una campaña a favor del vino

Europa entera perece ante gobernantes payasos. Al menos, Boris realmente hace gracia

Es fácil caricaturizar al primer ministro británico, el pelo extraterrestre, un tono rosado que le acerca a un cerdito de los que quiere salvar Garzón, la panza en vanguardia y esa manera de moverse, adelante, hacia atrás, como del ciudadano que ha gastado el sueldo en el pub y solo le queda una libra para volver a casa. Lo interesante es que la caricatura resulta ser su verdadera estampa pues detrás de ella solo hay insignificancia. Tenemos a un hombre que se mueve entre viñetas y habla con bocadillos. Boris Johnson, desde Magaluff, representa a una parte del todo, a la «working class» que bebe hasta reventarse y se mata en el lúdico ejercicio del «balconing». Como representante de esa parte del pueblo al que gobierna parece elegido con cordura ya que Boris es «uno de los nuestros» aunque haya estudiado en Eton. Pensamos en la imagen de la Reina, sola, en el funeral de su marido, mientras Boris pasea su resaca ante el dolor de la Corona como un salmo de Baco tocado por el paracetamol. Pero el amor de Boris por el vino (y las mujeres) no se queda en ese episodio de montajes cinematográficos paralelos en el que la Reina llora y el primer ministro baila, un John Travolta cuando sacó a danzar a Lady Di, solo que el Travolta era Leonardo Dantés, un achispado en una boda. Boris montaba durante la pandemia una fiesta del vino cada viernes en Downing Street. Compró un frigorífico con capacidad para 34 botellas. Había que «desahogarse» junto a cincuenta empleados de la casa. Y así, entre el gamberrismo de la caricatura y un nihilismo punki, vamos a morir todos, Boris se tambalea no ya por el alcohol sino por las embestidas de la política que le hará colgarse de la botella con más ganas que nunca. Le podríamos recomendar algunos caldos españoles y así contrarrestamos la campaña de Garzón.

El señor Johnson resulta el deshonillador de «Mary Poppins» en «Downton Abbey», un okupa que se ha llevado su propio gato. Un gatoflauta. Esta campechana virtud de pasarse por la cruda piel del escroto todo lo que es de sentido común le ha llevado hasta aquí. ¿En serio? ¿Y no podemos invadir Gibraltar en medio de una de esas resacas antológicas? Europa entera perece ante gobernantes payasos. Al menos, Boris realmente hace gracia. Ves el vídeo en el que se mueve al son de la música con el vaso en la mano y te dices «qué buen boy para una despedida de soltera». Los demás, ni eso. Hemos dejado que rijan nuestros destinos unos charlatanes, de bragueta o sujetador, y mientras todo acaba, Boris nos puede sostener la última copa.