Política

Soldadito Marinero

Esa izquierda generosa y democrática está ausente en la escena política tan sectaria como alejada de la realidad

Ignacio no puede evitar una sonrisa evocadora cuando escucha en la radio que el año pasado se crearon en España más de 800.000 puestos de trabajo; cuarenta mil más, exactamente. Recuerda al Felipe del 82, y aquel compromiso nunca alcanzado de crear 800.000 empleos. Luego volvió Zapatero a prometerlo en 2010. Y hasta Sánchez se abonó también, diez años después, a la cifra mágica como una tierra prometida, un paraíso de pleno empleo que esperase paciente ser habitado por quienes depositaran su confianza en el mejor de los capitanes posibles. Ignacio se preguntó muchas veces por qué esa cifra, ochocientos mil, a qué venía la obsesión de los socialistas por ese número y no otro para fijar el destino de una política económica. Pero jamás ninguno de ellos, al menos él no lo recuerda, tuvo a bien explicar la razón de tan oronda y contundente cifra como línea blanca del éxito laboral.

Hoy lo apunta Pedro Sánchez en su tarjeta de logros. Y nadie puede hurtarle ni el mérito ni el reconocimiento. Por fin se alcanzó el objetivo, se hizo historia.

Pero –siempre hay un pero en las grandes hazañas– al presidente socialista que por fin llegó al «Valhalla» del empleo soñado, en esta ocasión guiado por las «walkirias» Díaz y Calviño, se le cruzan en las puertas mismas del paraíso unos cuantos familiares mosqueados y le cierran el paso.

Soldadito Marinero
Soldadito MarineroPlatónIlustración

La política no es solo una ciencia inexacta, sino cruel y, sobre todo, incierta como el resultado de sus propias decisiones. Ahora vienen los que lo auparon, los costaleros que sostienen, penitentes agradecidos, el trono sobre el que se eleva su pédrida majestad y lo abandonan en plena cuesta abajo porque lo de acordar con la patronal es una infidelidad imperdonable. Ahí te quedas, vete con ellos, le han dicho Esquerra y Bildu coreados por los de la Cup y los paisanos nacionalistas de la señora vicepresidenta Díaz. Es un ejemplo palmario de ese sectarismo tan del gusto de cierta izquierda española –en eso los de Esquerra son muy españoles– que ni quiere ni sabe entenderse con el adversario, porque el que disiente siempre es enemigo –no te digo ya si es compañero– y la renuncia o la concesión son conceptos postrevolucionarios o como mucho aplicables con los iguales.

Otra cosa, piensa Ignacio, es el sindicalismo. Puedes poner en duda su verdadera representatividad, o hasta lamentar que a veces sea incapaz de desprenderse del viejo manual de la lucha de clases para diseñar sus estrategias, pero surge de abajo, está en la calle, conoce los problemas y el pálpito de quien sufre. Y eso se nota. Cuando tu trabajo de representación se basa en la disciplina de partido tu mayor preocupación es no salirte del carril, no molestar, loar al líder. Cuando tu trabajo de representación es conseguir mejoras para tus compañeros, negocias hasta el agotamiento y te comprometes, si no hay acuerdo, a seguir en la brega por los intereses de los tuyos abriendo nuevos caminos o, si hace falta, con la presión de la huelga.

En la mesa de diálogo entre gobierno, patronal y sindicatos, había intereses enfrentados, pero encontraron un camino común. ¿Cómo? Cediendo, renunciando, arriesgando en lo particular para encontrar mejoras a lo colectivo.

Pero esa izquierda generosa y democrática está ausente en la escena política tan sectaria como alejada de la realidad. Ignacio se pregunta si quienes desde esas posiciones de izquierda política están exigiendo cambios sustanciales en el texto del decreto, se han dado cuenta de que en realidad están ninguneando el criterio y la representatividad sindical, su capacidad de acción: se están convirtiendo en jueces sentenciadores de sus sindicatos de clase. O si alguien les señalará sus líneas de conexión con la derecha que denostan, esa que hubiera querido que la patronal tampoco estuviera en el acuerdo por la misma razón, o casi: no le des baza al adversario, aunque sea bueno para todos, porque a mí me va a perjudicar.

Enciende Ignacio la radio del coche y escucha el «Soldadito Marinero» de Fito y Fittipaldis, «elegiste a la más guapa y la menos buena», y se le cruza por la mente este plantón a Sánchez, de esos «que dicen te quiero si ven la cartera llena».

Piensa honestamente que es una buena noticia que el año pasado se hayan creado 840.000 nuevos puestos de trabajo, lo haya hecho quien lo haya hecho, empresarios o administraciones. Y es algo a celebrar, se supone, por todos en este momento. Pero concluye también, mientras arranca el coche de vuelta a casa después de una jornada de trabajo en el sindicato, que el único presidente socialista que lo ha conseguido quizá esté empezando a padecer las secuelas de su exceso de confianza: haber buscado apoyos en la izquierda creyendo que podría liderarla de verdad y dispuesto a pagar por ello cualquier precio. A la hora de la verdad, quizá ese precio vaya a ser demasiado alto y no solo para él.

¿Te imaginas que ahora le resolviera la papeleta Ciudadanos?

Mueve la cabeza, mete la marcha y se suma al tráfico pensando ya qué se hará de cena esta noche.