Sociedad

Contraprogramaciones

La prevención del suicidio forma parte de la política sanitaria, cierto, pero no entiendo que detectado ese problema, que es muy serio, a la par se legisle en sentido contrario

La prensa procura no dar noticias sobre suicidios. No entiendo de psicología, pero deduzco que ese silencio responde a la intención de evitar que tales noticias inviten a que potenciales suicidas indecisos acaben por dar el paso: basta que sepan que otros sí lo han dado para que se animen. Respalda esta conjetura el dato de que por cada suicido consumado se estima que hay unos 20 suicidas potenciales.

Cosa distinta es tratar del fenómeno del suicidio, cuestión sobre la que no hay que guardar tanta prevención porque es un problema de salud pública. Una prueba es la prensa de los últimos meses. Quizás sea un efecto más de la pandemia, pero observo que cada vez se habla más de que los suicidios van en aumento, sobre todo entre los jóvenes, hasta el punto de que es la principal causa de muerte entre los que tienen de 15 a 29 años. Cómo será que en las últimas semanas las noticias hablan ya de que estamos ante cifras récord de suicidios, intentados o consumados.

La prevención del suicidio forma parte de la política sanitaria, cierto, pero no entiendo que detectado ese problema, que es muy serio, a la par se legisle en sentido contrario, declarando nada menos que el suicidio es un derecho. Se invierte dinero en prevenirlo, pero a la vez se atiende a quienes lo andan mascando y se les acompaña en su decisión. Es obvio que hablo de la ley de la eutanasia. Podrá decirse que en esa ley el suicidio asistido es para quienes padecen graves minusvalías o enfermedades durísimas que se prolongarán durante años sin pronostico favorable. Pues no: bajo el vaporoso enunciado de «padecimiento grave, crónico e imposibilitante» cabe de todo, también la desesperación.

No es nuevo que los poderes públicos detecten un problema, fijen como objetivo embridarlo y, a la vez, faciliten lo contrario. El ejemplo más irritante es el aborto y por extensión el fomento de planteamientos antinatalistas. Si en estos días salta la noticia de las cifras récord de suicidios, también en estos días –y en una tendencia creciente– leemos los últimos datos de nuestro desastre demográfico. Como reacción se diseñan proyectos de apoyo a la natalidad, alguno tan desvariado como el del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. Digo desvariado porque lo descargo y tecleo «hijos», «padres», «natalidad» o «familia» y el resultado es 0. Para sus autores el desastre demográfico es un problema ecológico, de movimientos de población, urbanismo y hasta de turismo.

Es difícil hacer algo políticamente positivo para prevenir el suicido o promover la natalidad, si los poderes públicos, a la vez y como señal de identidad ideológica, política, cultural o educativa, difunden o inculcan valores contrarios que acaban cuajando en frutos de nihilismo o antinatalismo. Porque, supongo, algo tendrá que ver eso con el alza de suicidios entre los más jóvenes y supongo también que algo tendrá que ver el aborto con el drama demográfico: desde 1985 se contabilizan más de dos millones de vidas que pudieron ser y no han sido. Y esos sólo los legales que son los que hacen número; a esos hay que añadir los silentes derivados de las técnicas de reproducción asistida y los incontables de la píldora del día después. Varias generaciones que pudieron ser y no han sido.

En esa contraprogramación como política pública hay un punto coincidente: se sostiene una idea débil y quebradiza de la vida como valor en sí. La vida así debilitada se deja en todas sus fases y manifestaciones al capricho personal, fruto de una concepción disolvente, negativa, libertaria de la libertad, de la autonomía personal: si te quieres suicidar, te lo facilito, es más, será una prestación en la sanidad pública, te ayudaré para que tu decisión sea madura, pero a la vez diseñaré costosos planes para que no haya suicidios. Y si quieres tener un hijo, te doy medios, es más, como la natalidad está en caída libre crearé un costoso ministerio de cartón piedra para el «Reto Demográfico»; ahora bien, si quieres acabar con la vida de ese hijo que esperas, te ayudaré, diré que ejerces un derecho y a quien te ofrezca su ayuda directa para tenerlo, lo encarcelaré.

José Luis Requero, es magistrado