Guerra en Ucrania

Post-Putin

¿Estamos seguros de que los posibles sustitutos de Putin no redoblarían la agresividad exterior para reflotar el ánimo nacional?

No soy experto en geopolítica y, por tanto, seguramente se me escapen muchas de las variables que pueden estar ahora mismo en juego. Sin embargo, la evolución de los acontecimientos globales en las últimas 48 horas parece apuntar en una misma dirección: aislar internacionalmente al régimen de Putin y castigarlo económicamente. Primero, la sociedad ucraniana se ha unido en torno al liderazgo de Zelensky y está resistiendo muchísimo mejor de lo que nadie había anticipado: la moral de las tropas ucranianas es alta y la de los soldados rusos capturados parece estar por los suelos (muchos de ellos dicen que fueron engañados al acudir al frente). Segundo, Rusia cada vez está más aislada tanto humana como económicamente: se les ha expulsado de la mayoría de eventos internacionales, se les ha cerrado el espacio aéreo y se han aprobado nuevas sanciones económicas que, a diferencia de las planteadas el pasado jueves, sí resultan dañinas para su economía (sobre todo en lo que respecta a la congelación de los activos extranjeros del banco central de Rusia). Y tercero, el frente europeo también se ha unido políticamente en contra de Putin: sus tradicionales aliados en Europa, como Alemania o Finlandia, han ido distanciándose de Rusia. Alemania no solo ha aceptado expulsar a Rusia de la red SWIFT, sino también incrementar su presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB, invertir en regasificadoras para reducir a medio-largo plazo su dependencia del gas ruso y proporcionar armamento a Ucrania; asimismo, Finlandia y Suecia han acelerado los trámites para unirse a la OTAN. Todo lo que le podía salir mal a Rusia, pues, le está saliendo mal. Aunque Putin pueda ganar la guerra, es imposible que gane la posguerra: la sociedad ucraniana no reconocerá la legitimidad de un gobierno títere de Moscú, los costes de mantener la ocupación serían monstruosos (Rusia apenas tiene un PIB como el de España) y, además, tales costes se experimentarían dentro de un contexto de dura crisis económica como consecuencia de las sanciones y el aislamiento internacional. Siendo así, tal vez lo que debería empezar a preocuparnos no es ya cuál es el futuro del mundo si Putin gana la guerra, sino cuál será el futuro del mundo si Putin pierde la guerra o cuando pierda la posguerra. Los animales heridos y acorralados pueden cometer las mayores locuras: máxime cuando esos animales heridos son autócratas que, al ser depuestos, pueden ser juzgados, encarcelados o asesinados. Si no se tiene nada que perder, entonces las opciones más agresivas y fanáticas pueden dejar de ser opciones irracionales: y, desde luego, escaladas estratégicas como la que presenciamos ayer (Rusia puso en alerta a las fuerzas de disuasión nuclear) no contribuyen a generar un clima de tranquilidad sobre las perspectivas de futuro. Occidente parece haber conseguido unidad de acción contra Rusia pero no queda claro si poseen un plan consensuado de salida para esta crisis que no pase por un golpe de estado interno que deponga a Putin. ¿Estamos dispuestos a mantener el acelerador contra Rusia hasta que Putin reconozca su derrota total y abandone Ucrania? En tal caso, ¿qué salida digna le puede quedar al presidente ruso ante su opinión pública después de estar fracasando en todos sus objetivos políticos y militares? ¿De qué modo podría salvar la cara ante sus ciudadanos si pierde la guerra y la crisis económica golpea con dureza al país? ¿Estamos seguros de que los posibles sustitutos de Putin no redoblarían la agresividad exterior para reflotar el ánimo nacional? Espero que nuestros políticos se estén formulando todas estas preguntas y que posean una respuesta moderadamente satisfactoria para ellas.