Rusia

El exiguo 2% que arrodilla la Unión Europea

Con menos del 2 por ciento del PIB mundial, Rusia juega un papel de gran potencia en el contexto internacional.

La Federación Rusa representa a duras penas el 1,7% del PIB mundial. Esto es, a la par con España, que se queda en el 1,5%. Con un dato que no es menor, la población rusa es de 148 millones de personas por 47 millones la de España. La diferencia es tal que la renta per cápita española supera los 27.000 dólares mientras Rusia apenas llega a los 10.000 dólares. Traducido a bienestar económico de sus ciudadanos: mucho mejor nacer en España que en Rusia donde, además, las desigualdades sociales son formidables y donde unas pocas manos concentran el grueso de la riqueza con mención especial a los oligarcas rusos, enriquecidos con las privatizaciones de la era postsoviética.

Alemania, el país más antinuclear de Europa, triplica el PIB español. Y, en su conjunto, la Unión Europea suma más del 18% del PIB mundial. ¿Cómo se explica entonces la creciente influencia de la Federación Rusa en el concierto internacional y la impotencia de la Unión Europea frente a la Rusia de Putin?

Con menos del 2 por ciento del PIB mundial, Rusia juega un papel de gran potencia en el contexto internacional. Ya sea en Siria o en Ucrania. Es un país con grandes recursos naturales. El dato no es menor, Alemania depende del gas ruso. Rusia dobla las reservas de petróleo de Estados Unidos. Aunque eso tampoco es garantía alguna. Venezuela es el país del mundo con mayores reservas de crudo y su PIB está por los suelos. Pero si la Federación Rusa tiene grandes yacimientos de petróleo, rebosa gas en su subsuelo. Rusia –junto a Irán– lidera las reservas mundiales de gas natural, se estima que una cuarte parte del total. Y hoy, en nuestro mundo en lucha contra el CO2, el gas ha ganado enteros al petróleo y el carbón por sus bajas emisiones en relación a estos dos.

Pero eso tampoco explica un poderío que se fundamenta, ante todo, en la renacida capacidad militar del Ejército Rojo nacido de la revolución soviética. El desastre del submarino nuclear Kursk en 2000, con un joven Putin al mando del país, dejó en evidencia el deterioro del Ejército ruso y la decadencia de la orgullosa joya del país, su Ejército, el mismo que durante décadas rivalizó, mantuvo un pulso y discutió a Estados Unidos su carácter de primera potencia mundial. Ahí tocaron fondo, nunca mejor dicho. Pero ese también fue el punto de inflexión. Putin tomó el mando decidido a recuperar el prestigio y la capacidad militar del Ejército Rojo. Y lo logró. Si en la era soviética el Ejército llegó a ser de cuatro millones de personas, ahora son 800.000. Pero un Ejército moderno, con capacidad de intervenir en cualquier latitud y bien entrenado gracias, entre otras, a la multitud de conflictos bélicos en que se ha involucrado. Desde el sur del Cáucaso hasta Oriente Medio o África.

Putin ha recuperado, en buena medida, esa economía armamentística soviética, cuando cerca de la mitad del presupuesto nacional se invertía en una industria de carácter militar. No era un sistema, el soviético, pensado para satisfacer los ideales socialistas en defensa de la clase trabajadora si no para imponer la fuerza ante cualquier vecino.

Ese y no otro es el verdadero secreto del poderío ruso. Su Ejército cimentado sobre una autocracia donde los derechos humanos son secundarios y en el que la prioridad no son los llamados pilares del estado del bienestar: salud y educación.

Y parece que la primera potencia económica europea esté tomando nota. Porque ante la crisis humanitaria que ya ha empezado en Ucrania, con centenares de miles de personas que huyen del país por Polonia, la Alemania de Scholz ha anunciado su decisión de incrementar el gasto militar al 2 por ciento además de crear un fondo especial de 100.000 millones de euros para la modernización de las fuerzas armadas alemanas. Prácticamente todo el Bundestag se puso de pie para aplaudir el anuncio del Canciller.

Ese 2% es una antigua exigencia de Estados Unidos para todos sus aliados de la OTAN hasta el puto que el excéntrico Trump amenazó con dejar la Alianza Atlántica si no se concretaba una socialización del gasto militar. Pues justo eso es a lo que se ha comprometido Olaf Scholz ante el mastodóntico Bundestag integrado por 735 diputados. Para entender la magnitud de las cifras cabe decir que la Alemania de Merkel ya informó a la OTAN que en 2021 el gasto militar llegó a la cifra récord de 53.000 millones, cerca de un 1,56 por ciento del presupuesto frente al 1,17 de España.

Será porqué Alemania ha visto las orejas al lobo con la invasión de Ucrania o por necesidad de dar respuesta a las exigencias de Estados Unidos. Pero lo cierto es que la Guerra de Ucrania ya ha dado unos frutos muy concretos. Vuelve el gasto militar, empezando por un país donde el Ejército ha sido durante décadas un tabú.

Sergi Sol es periodista