Religion
Con ocasión y memoria del aniversario del 11-M
Aquellos hechos pesan, siguen pesando, sobre España como una losa opresora de la que necesitamos liberarnos y no solo pasando página, sino erradicando sus raíces.
Ha pasado casi desapercibido el aniversario décimo tercero de aquel terrible y espantoso atentado del 11-M, acaecido en Madrid, en la estación de Atocha. A todos nos dejaron conmocionados aquellas perversas acciones de Satanás contra nosotros; hoy seguimos afectados y espantados. El príncipe del odio y de la mentira dio un zarpazo sobre España, y la sembró de muerte y de llanto, de destrozo y de ataque al hombre y de quiebra de humanidad como ahora el mismo autor diabólico lo está haciendo en Ucrania; nuestra historia y nuestro destino quedaron marcados con una herida profunda y duradera; todo o casi todo cambió en España a partir de aquel execrable atentado. Hay un antes y un después en España, y sigue sin esclarecerse qué es lo que en verdad pasó; tal vez así se pueda olvidar aquello, piensan algunos.
Hoy, dieciséis de marzo, con fe y confianza en la inconmensurable misericordia de Dios, que es amor infinito e inmenso en su piedad, elevo mis plegarias y ofrezco, el santo Sacrificio de la Misa por las víctimas de aquel horrible 11 de marzo: por los que murieron, los que quedaron heridos en su cuerpo o en su espíritu, y sus familias. También asocio a esta plegaria y a este santo sacrificio a todas las víctimas del terrorismo, singularmente de ETA, y asocio también a sus familias, que durante tantos años, demasiados años, estas familias, y las gentes de España han sido heridas, humilladas y maltratadas por la inhumana y cruel violencia terrorista, satánica, de ETA y ahí siguen sus ejecutores o inductores mandando de alguna manera. Semejante violencia satánica la estamos viendo estos días en la fuerza destructora del tirano invasor en Ucrania, prepotente sin escrúpulos, como los del 11-M o los de ETA o los yihadistas.
Desde todos los rincones de nuestra patria se elevó un grito paciente, cada día más intenso y creciente, contra ese cruel azote de la violencia terrorista, que nada ni nadie puede justificar por ser de todo punto injustificable y menos aun dándole a sus agentes, ejecutores o instigadores, cobertura política oficial en nuestros días. Sigue elevado un clamor de apoyo y solidaridad con las víctimas que lo han sufrido tan en carne propia, hasta que, gracias a Dios, haya desaparecido y erradicado de verdad y totalmente en este momento.
Quienes tenemos fe, en medio de la amargura y de la oscuridad de la memoria del atentado del 11-M, traemos a la memoria palabras consoladoras y de fortaleza de Jesucristo, que gustó el sabor amargo de la muerte injusta y sin defensa: “Venid a mí todos los que andáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré, y encontraréis vuestro descanso”. Sí, Jesucristo, Príncipe de la paz, Camino, Verdad y Vida constituye nuestro descanso. Esta sociedad nuestra, tan quebrada, le necesita, necesita estar con Él, escucharle, aprender de Él, seguirle para que todo cambie y el príncipe de la mentira y de la violencia, el instigador último del mal, no tenga lugar ni parte entre nosotros, entre los hombres de buena voluntad.
Aquel 11 de marzo marcó un hito en nuestra historia. Aquellos hechos pesan, siguen pesando, sobre España como una losa opresora de la que necesitamos liberarnos y no solo pasando página, sino erradicando sus raíces. Además del terribilísimo mal que en sí mismos originaron aquellos atentados, y otros, es decir los casi 200 muertos del 11-M, y los casi 900 de ETA, los tantos heridos, tantas familias destrozadas, y tanta y tan grave quiebra de humanidad; aquellos hechos –como ahora la cruel e injusta guerra en Ucrania- ponían y ponen, además, de manifiesto la extensión del mal en nuestro mundo, lo poco que importa el hombre que se le somete a intereses inconfesables, ponen también de manifiesto el “infierno” presente en medio mismo de nuestra sociedad “moderna”: y la cantidad de interrogantes que afectan al sentido de la vida, de la historia, de la política,..., y, sobre todo, manifiestan la pérdida del sentido de Dios: ¡Dios es Dios de la paz, no de la guerra, Dios es Dios de la vida, pero no de la muerte ni de las consecuencias trágicas de su olvido! Es verdad que aquellos espantosos hechos del 11-M, aún no esclarecidos con transparencia en su verdad más real y honda, aunque sean extremos y fuesen obra de una minoría física en sus ejecutores y en sus inductores, ponen de relieve a dónde puede conducir la violencia humana, la fuerza del mal que es capaz de desplegar el corazón y la mente humana cuando no se deja a Dios ser Dios, cuando se le manipula o falsifica, cuando Dios no cuenta, cuando pudieron perpetrarse aquellos criminales atentados blasfemamente en nombre de Dios, o cuando, se diga lo que se diga, se vive como si Dios no existiera y como si Dios no tuviese incidencia alguna en la historia, en la vida personal y social, o cuando el hombre, como ocurre en los últimos tiempos, no vale nada a los ojos del hombre o se supedita a los intereses, bastardos e inconfesables, sean los que fueren. Aquellos hechos nos hicieron, nos hacen ver, lo inhumano e injustificable del terrorismo, que condenamos, como condenamos ahora la guerra injusta de Putin; el terrorismo es obra de Satán, y en el fondo, denota la gran ausencia de Dios, por supuesto en los terroristas ejecutores, pero también en una sociedad en la que puede nacer y crecer como tierra de cultivo tan espantosa y perversa realidad.
La cuestión principal que está en juego en nuestros días, tengámoslo muy presente –y lo afirmo una vez más en esta página-, es el reconocimiento de Dios y vivir ante Él como corresponde a su reconocimiento, es decir, en la adoración y en la fe, en el cumplimiento de su voluntad y su querer, que es que nos amemos como Él nos ama y seamos promotores de vida y vivamos todos como hermanos en la aceptación de su designio, que es siempre de misericordia y amor en favor del hombre, de liberación y salvación de cuanto nos oprime y amenaza, de paz y gozo y nunca de aflicción. Aun cuando el príncipe de la mentira, el diablo, se muestre tan activo, aun cuando las fuerzas del anticristo emerjan, aun cuando la dureza del corazón humano se muestre con su cara de violencia y destrucción, no podemos vivir desalentados como los que no tienen esperanza. La fe que profesamos, en la que está nuestra victoria, nos anima en nuestros días: Dios es amor, Dios, por amor, nos ha creado y redimido; su fidelidad es eterna. Por la fe en Jesucristo, tenemos la firme certeza de que Dios no abandona nunca al hombre y que lo ha apostado todo por él; es leal y jamás nos falla. Pero necesitamos volver a Dios, necesitamos convertirnos a Él. Si no nos convertimos pereceremos.
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