Impuestos

El respeto a los impuestos

No pagamos impuestos para contar con «servicios fundamentales», sino porque el poder nos obliga a pagarlos bajo pena de cárcel

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, reveló en su entrevista con Susanna Griso, que va a poner toda la carne en el asador propagandístico para confundir más al pueblo en materia fiscal. Sin embargo, el ejercicio del poder puede suscitar la reacción de las personas de buena voluntad.

Le sucedió a Javier Marías, que contó en «El País Semanal» su experiencia con Hacienda y «Cómo se pierde el respeto a los impuestos». En un episodio kafkiano, el escritor y académico, como otros ciudadanos, fue hostigado por Hacienda por una suma ridícula, lo que «me hizo preguntarme cómo es que el Fisco se molestaba y me molestaba tanto para recaudar una propina».

En su respuesta, don Javier incurrió en tópicos del estilo «hay mucho más que rascar en los grandes defraudadores», y atribuyó la inquisición fiscal a los miles de asesores enchufados en las Administraciones Públicas. Siendo un dispendio improductivo, empalidece frente a los grandes números del gasto público, que Marías respeta, como respeta los impuestos. De hecho, invita a pagarlos, porque «nos permiten contar con Sanidad y Educación públicas, y con transportes», etc. Este es un error habitual, que solapa el Estado con la sociedad civil, donde, efectivamente, los pagos que hacemos nos permiten contar con las cosas que compramos. Eso es el mercado. La política no es así. No pagamos impuestos para contar con «servicios fundamentales», sino porque el poder nos obliga a pagarlos bajo pena de cárcel –una exposición sencilla del proceso puede verse aquí–.

El razonamiento del señor Marías queda así obstruido. Afirma que lo malo de Hacienda es cuando «se muestra arbitraria y se inventa fábulas», o cuando financia a los inútiles de los partidos políticos. En ese caso, «uno paga todavía, pero con desdén y sin respeto».

Ahora bien, la mayor parte del gasto público es establecida y administrada por políticos honrados y funcionarios probos; y se dedica a la provisión de bienes y servicios útiles, lo que Javier Marías aprecia y respeta. Si va a ponerlo en cuestión realmente, más allá de los abusos notorios que el Estado perpetra de cuando en cuando para que nos quede claro quién manda aquí, entonces don Javier se verá abocado a indagar sobre la lógica del propio poder, no el abuso del mismo, sino el propio poder, o, como dijo Burke: «the thing itself».