Opinión

La guerra en casa

Cayeron chuzos de punta sobre Pedro Sánchez en su comparecencia de este jueves en el Congreso. Por la derecha y por la izquierda. Como suele decirse, nadie le hizo la ola. Y menos todavía sus «aguadores» parlamentarios. Objetivo fallido. Si su pretensión era destensar las relaciones, sus insaciables aliados siguen avisando de que están muy escaldados por el espionaje. El presidente del Gobierno intentó por todos los medios, sin conseguirlo, que las embestidas al pasado del PP fuesen un pegamento para su mayoría Frankenstein. La agresividad que exhibe últimamente es tan forzada que sólo sirve para evidenciar lo acorralado y perdido que está.

«¿Qué ha venido usted a hacer aquí?», le tiró a la cara Gabriel Rufián (ERC). «Milongas», lanzó Míriam Nogueras (JxCat). «Me intranquiliza», avisó Aitor Esteban (PNV). «Somos los que permitimos que este Gobierno se mantenga y usted nos espía», concluyó Mertxe Aizpurua (Bildu). Con esta gente se mantiene políticamente. Malas noticias para el «boss» de La Moncloa y Ferraz, quien, como es cada vez es más evidente, se tambalea. «Cuando los ‘indepes’ nos colocan ante el precipicio», se desahogan dirigentes socialistas, «deberían tener claro cuál es la alternativa». Pero saben bien que, le den las vueltas que le den, en el pecado de las alianzas presidenciales llevan la penitencia. Nada que el sanchismo no se haya buscado.

El ambiente en la bancada socialista se caldea. La permanente crisis con sus socios, los innumerables gestos sumisos desplegados por Sánchez para atraérselos y las elecciones andaluzas, territorio talismán, a la vuelta de la esquina, se convierten en un cóctel explosivo. Las costuras internas se están tensando y el PSOE puede entrar en un severo estado de ansiedad. Incluso en el complejo presidencial comienzan a admitir con susurros las malísimas perspectivas de Juan Espadas.

Y, sin embargo, el gabinete del presidente defiende que a la mal llamada «agenda del reencuentro» no es posible renunciar. «Es mi apuesta personal, absoluta y rotunda», mantuvo Sánchez, inamovible, ante el Pleno de la Cámara Baja. Por mucho que su andadura se haya convertido en un constante semillero de problemas. Empezando por sus concesiones a los costaleros esenciales. Tras servir en bandeja la cabeza de su directora, el anuncio de una nueva ley reguladora del CNI para endurecer su control judicial motivó un intenso debate en La Moncloa, pues entraña «riesgos». Entre ellos que los separatistas, en su tramitación, «abrirían en canal» la casa de los espías. Sin embargo, el presidente del Gobierno tira para adelante. Solo le vale ganar tiempo, a costa de cualquier cosa.

Otras propuestas, como la reforma de la Ley de Secretos Oficiales con una rebaja del plazo para hacer públicas materias reservadas, se daban por descontadas. En cuanto a la desclasificación de la autorización del seguimiento a dirigentes separatistas, llegará también, aunque por ahora el Gobierno ha resuelto levantar el secreto sólo si lo pide la Justicia. Es la baza que guarda en la recámara un debilitado Sánchez para cuando se produzca su encuentro pendiente con Pere Aragonés. Sumisión absoluta al independentismo. Aparentemente, la reunión está aplazada hasta después del 19-J. Eso sí, convivir con un cerco que condiciona toda la acción del Gobierno se pone cada vez más cuesta arriba. A Sánchez le obsesiona llegar al segundo semestre de 2023, presidencia semestral de la Unión Europea. Su leit motiv es alcanzar el final de la legislatura. No le importa lo osado que esto sea en las circunstancias actuales. Tampoco que el totum revolutum de sus socios de izquierda radical y separatistas, con inequívoca aversión a la Corona, al régimen constitucional y al principio de soberanía nacional, se haya venido arriba. Aunque solo revoloteen a su alrededor al olor de la sangre, ese es el modelo de gobernabilidad de Sánchez. El presidente tiene la guerra en casa y su espacio es cada día más estrecho. Pero fue él quien se metió en este berenjenal.