Irene Montero

Hay que explorar el matrimonio por horas

España podría tener una visión laica, es decir, sin aquello del «me desposo contigo por la dote acordada», que dice la mujer

No son buenos momentos para la lírica, sobre todo, si eres uno de esos tipos proclives al aquí te pillo y si te he visto no me acuerdo, que hay mujeres que esas cosas se las toman muy a mal. Pero, a efectos prácticos, la Ley de Libertad Sexual de Irene Montero, creo yo, no va a tener demasiado recorrido, porque confunde el fondo de la cuestión, al tratar conductas individuales como si fueran colectivas o sociales. Una cosa es la caza a cuerpo libre, fotográfica, la mayor parte de las veces, y otra muy distinta es cuando se establece un vínculo permanente y una de las partes se lo salta. Para la primera, quizás habría que explorar la figura islámica chiita del «matrimonio por horas», subterfugio que legaliza de hecho la prostitución, pero que en España podría tener una visión laica, es decir, sin aquello del «me desposo contigo por la dote acordada», que dice la mujer, y el «acepto el matrimonio», que responde el hombre, sustituido por una aplicación en el móvil. Rápido, sencillo y, si se incluye, por ejemplo, una contraseña de ocho dígitos y seis letras, valladar infranqueable en situaciones de exceso de alcohol, cuando todos, ellos y ellas, se nos aparecen como príncipes o princesas. Pero en el segundo caso, el del vínculo permanente, por lo civil o lo militar, entran en juego otros factores de difícil lidia. Celos, orgullos heridos, ánimo de venganza, bienes a repartir, hijos en común, si los hay, novia o novio nuevo... Y aquí, caballeros, la Ley Montero es de una simplicidad diabólica. No es sólo la pérdida de la presunción de inocencia del varón, algo que ya se viene produciendo, al menos, en los primeros compases de la instrucción judicial, es que la mujer se ve dotada de una presunción de veracidad, como la de un sargento de la Guardia Civil de Tráfico cuando te dice a la cara que has pisado doscientos metros de raya continua, lo que, en cierto modo, invierte la carga de la prueba. Consecuencia, por otra parte lógica, de una visión que, ya hemos dicho, interpreta como «problema social» lo que no son más que conductas individuales. Expresado de otra forma, si la otra parte te tiene ganas, vas de cráneo. Y si alguien piensa que entramos en el terreno de la exageración y sólo queremos criticar al Gobierno, no hay más que profundizar en la jurisprudencia establecida por la ministra Montero sobre «las madres protectoras», por la cual, el secuestro parental cometido por una mujer siempre responde a la violencia previa ejercida por el progenitor varón. De traca, pero es así, y si no que se lo pregunten a Juana Rivas o a María Sevilla, por citar dos casos señeros. Y no es que falten juristas en el Consejo de Ministros que han dejado pasar este horror conceptual, que criminaliza al varón por razón de serlo. Así las cosas, en caso de lío, sólo cabe confiar en tener los papeles bien arreglados, aportar testimonios, a ser posible gráficos, y, por supuesto, tratar de portarse bien. Cabe la fuga, para lo que habría que preparar una maleta a lo agente secreto, con pasaporte, dinero y bigote postizo. Ah, y respecto a los hijos de puta que viven entre nosotros, que no es preciso describir, pues la Ley Montero, con su empanada jurídica, puede llegar a reducirles las condenas al unificar en un sólo tipo penal el abuso y la agresión. Esperemos que los jueces, que son la última línea de defensa, no acaben cogiendo la maleta. En fin, menos mal que a uno todo esto ya le pilla mayor.