Guerra en Ucrania

La fatiga ante una guerra brutal

«Rusia no ha perdido, desgraciadamente, la guerra a pesar de la euforia que nos embarga a todos»

Las sociedades de los países de la Unión Europea son como los niños ricos que se encaprichan de algo y luego se aburren. He elegido expresamente este ejemplo provocador para hacer un balance de la invasión de Ucrania tras superarse los cien días de conflicto bélico. Hace unos meses, estábamos sobrecogidos por la tragedia que se vivía en Afganistán. No se hablaba de otra cosa. Los periódicos llenábamos páginas con las informaciones que llegaban sobre la marcha imparable de los talibanes y la vergonzosa retirada de Estados Unidos. Las democracias habían decidido abandonar a los afganos en manos de unos despiadados radicales que iban a imponer la concepción más rigorista y aberrante del Corán. La Historia nos demuestra que la democracia se tiene que defender con las armas frente aquellos que quieren imponer la tiranía. El problema era que Afganistán está muy lejos y es, además, una nación irrelevante para los intereses de Estados Unidos y la UE. La realidad de la política internacional es así de cruel. Durante unas semanas, las informaciones sobre la tragedia que se vivía en ese país perdido y fascinante situado en el centro de Asia llenaron los periódicos, las radios y las televisiones. Se hacían programas especiales y surgieron los «expertos» de Wikipedia que ni siquiera hablaban pastún, el dari o alguna de las lenguas de ese país multilingüe.

Biden, el comandante en jefe más inepto de la historia de Estados Unidos, ordenó una vergonzosa huida de Kabul al estilo de ¡sálvese quien pueda! que hizo buena la lamentable caída de Saigón el 30 de abril de 1975. Vietnam se unificó bajo una dictadura comunista. Tras la conquista de Kabul y la constatación de que no existía ninguna capacidad de resistencia frente a los talibanes, a pesar de haberse destinado decenas de miles de millones de dólares, la cifra real nunca la sabremos, sucedió lo que era previsible y se instauró un Estado islamista. Por supuesto, a los pocos días, los europeos perdimos el interés por Afganistán. Hubo gestos encomiables de solidaridad y se acogió a los que pudieron huir de la ira de los fanáticos que habían conseguido el poder. Las noticias sobre otros temas pasaron a ocupar el tiempo y el espacio en los medios de comunicación. Los afganos sufren actualmente una cruel dictadura, pero los europeos, los estadounidenses y el resto de los aliados seguimos con nuestra confortable vida. Por cierto, Putin tomó buena nota de lo que había sucedido. No soy muy optimista con Ucrania teniendo en cuenta los antecedentes de otros conflictos.

Tras superar los cien días y escuchar los análisis más variopintos y voluntaristas, la realidad es que Putin sigue siendo el presidente de Rusia, los oligarcas son sus fieles aliados, el complejo militar y económico sigue a su lado y no veo ningún atisbo de rebelión contra su régimen autoritario. Es cierto que durante semanas compramos como verdadera la información que se filtraba desde los servicios de inteligencia aliados. Es un tópico recordar, no me resisto a ello, que la verdad es la primera víctima de una guerra. Hemos interpretado los planes de Putin y certificado que había fracasado estrepitosamente, así como asegurado que la crisis económica en Rusia sería espectacular. Hasta el momento no se ha producido. Los sucesivos paquetes de sanciones son un insulto a la inteligencia e incluso, sino fuera un tema tan serio y doloroso por la catástrofe que se vive en Ucrania, resultarían hilarantes.

Otro aspecto interesante ha sido constatar que el presidente ruso no está solo. Por fin nos damos cuenta de que los occidentales no somos tan populares como creíamos y que nuestro modelo de vida, sustentado en el individualismo y los valores del capitalismo y el liberalismo, es rechazado en la mayor parte del planeta. Es triste pero real y es algo que resulta evidente desde hace décadas. No es ajeno al imperialismo que hemos protagonizado desde el siglo XIX y los brutales procesos de descolonización del siglo pasado. La ignorancia de la Historia y ese deplorable eurocentrismo, incluyo por supuesto a Estados Unidos y otros países que han surgido del Viejo Continente, son muy lamentables. Un conocimiento del periodo contemporáneo permite llegar a la conclusión de que resultamos antipáticos por nuestra soberbia, arrogancia y los desmanes que cometimos.

Es fácil comprobar que Rusia no ha perdido, desgraciadamente, la guerra a pesar de la euforia que nos embarga a todos. Zelenski reconoce que ocupa el 20 por ciento del territorio y estamos ante un desgaste que costará centenares de miles de millones de dólares que pagaremos, sobre todo, los europeos. El interés informativo ha decrecido. El endeudamiento aumenta al igual que la inflación y la producción de armamento para nutrir al ejército ucraniano que ha mostrado una capacidad de resistencia encomiable. El conflicto bélico durará lo que quiera el autócrata ruso. Estados Unidos consigue una transferencia de rentas de la UE en su beneficio y se encarecen las materias primas y los productos petrolíferos. Europa tiene que adquirirlos, porque somos un inmenso parque de atracciones cultural y comercial. Por cierto, el campo de batalla resulta útil para un mejor conocimiento del uso del armamento sobre el terreno. Otro aspecto clave es que China consolida su liderazgo sobre el inmenso bloque de los países que tienen poca simpatía por los occidentales. La invasión ha hecho que todo el mundo tenga que tomar partido, como sucedió con la Guerra Fría, aunque con la pequeña diferencia de que los comunistas, ahora reconvertidos, aprendieron la lección. Entonces había una clara superioridad de los estadounidenses y sus aliados europeos, pero ha desaparecido. Por tanto, me gustaría que alguien me explicará quién está ganando una guerra cuya duración solo depende de los intereses de Putin y de los que están sacando enormes beneficios de los muertos y los heridos, así como de la destrucción de Ucrania.