Política

Elefantes, osos y el despertar del Senado

Más que con los paquidermos, la trayectoria del Senado debería compararse con la de un oso que hubiera estado hibernando durante un largo periodo

Durante un tiempo llegó a convertirse (casi) en protagonista de la vida pública. Todos opinaban sobre él, se referían a su utilidad, se preguntaban por sus funciones, se pedían cambios que oscilaban entre la imprescindible reforma y la eliminación total y absoluta, y surgían debates, recurrentes y poco esclarecedores, respecto a cómo mejorarlo. Pese a las dudas y los recelos, el Senado siempre ha estado en el foco. Que hablen de mí, aunque sea mal. Lo cierto es que el papel que la Cámara Alta desempeña, y ha desempeñado, en la democracia española está en cuestión desde prácticamente su origen, cuando se constituyó en el 78. A lo largo de los últimos años, en los que la llamada «nueva política» irrumpió con una batería de soluciones mágicas para acabar con los males del país, quedó señalada, sin duda, como una de las instituciones más afectadas y desprestigiadas.

Objeto de acoso y derribo, de tanto incidir en su escasa utilidad, el mensaje se ha afianzado como mantra irrebatible. Tampoco ha ayudado, todo hay que decirlo, el sistema de apoyos, oficializado en el Congreso, a fuerza de uso y costumbre, a partir del cual los partidos nacionalistas (o directamente independentistas) han aumentado su influencia real para marcar políticas y acciones legislativas a cambio de sus votos. De facto, esta práctica ha despojado al Senado de su esencia: sus obligaciones como regulador territorial han ido desluciéndose a medida que avanzaban las legislaturas. Y ello, sin llegar tampoco a desarrollar el papel consultivo, que tenía en su origen romano, como consejo asesor: se ha limitado a desempeñar, sin demasiado éxito, el rol de foro de segunda lectura de las leyes, quedando reducido a un mero trámite ya previamente pactado. Aquel bicameralismo constitucional de carácter asimétrico ha terminado por engullir a un organismo que podría aportar más a la gestión de lo común, específicamente en un país de las dimensiones y las características de España.

Y hasta tal punto ha calado su fama de destino final, como de retiro, que se ha ganado la descripción de cementerio de elefantes (políticos). Aunque siguiendo la metáfora animalística, más que con los paquidermos, la trayectoria del Senado debería compararse con la de un oso que hubiera estado hibernando durante un largo periodo. Ahora, que se ha convertido en el escenario habitual de los pulsos entre Sánchez y Feijóo, quizá sea el momento de que encuentre su acomodo en el engranaje institucional y salga de su letargo. Por fin.