Argelia

Tranquilidad, Paz y Sosiego

Tranquilidad, Paz y Sosiego (TPS), en pastillas o jarabe, es lo que suele recomendar un amigo para resolver los líos, por muy grandes que sean, como el monumental embrollo que Argelia nos ha montado, con el indisimulado aplauso (lógico, por otra parte) del Frente Polisario (FP).

Qué lejos han quedado las alabanzas, hasta el conchaveo, cuando nos trajimos de extranjis al jefe del FP, con su correspondiente pasaporte falso (algo inexplicable, porque tenía DNI español en vigor) en un avión oficial argelino. Nos convertimos de la noche a la mañana en lo más del progresismo y el humanitarismo, sin meditar que cuando uno ayuda al que está haciendo la guerra a otro, ese otro se puede enojar, enfadar un poco o mucho; o cogerse un cabreo monstruoso. Y es lo que pasó, con las consecuencias de todos conocidas que no se van a repetir para no hacer más extenso el comentario. Pero el Gobierno de Sánchez emocionaba a a los políticamente correctos (entonces).

De tras de todo esto estaba la inteligencia argelina, que sabe moverse con tanta habilidad como sus maestros del pasado, los irreductibles galos, y lo que concluyó es que nos causó un tremendo problema con Rabat que, desde luego, beneficiaba a sus intereses. Eran los tiempos del “buen rollito” entre Madrid y Argel.

Sería interesante que, en la Escuela Diplomática, en la asignatura que proceda, se incluya un capítulo titulado “Cómo se pueden hacer las cosas mal, tan rematadamente mal, que ni a propósito”. Y se cuente la forma en la que se informó a la opinión pública del apoyo de España al plan de Autonomía marroquí para el Sáhara. Sin consultar siquiera con el principal partido de la oposición.

Sánchez y los suyos, desde que llegó al poder como llegó y se buscó unos amigos que uno no quisiera ni para leer de lejos el frontispicio del Infierno de Dante: “abandonar toda esperanza, quienes aquí entráis”, se dedican a la media verdad o la mentira completa; al regarte corto sin definición a puerta; al sí, pero no y tal vez, sin embargo

Con todo, es el presidente de un país soberano, como el señor Abdelmajid Tebboune lo es de Argelia o Mohamed VI reina en Marruecos. Calibrar, en medio del monumental embrollo, si la decisión de apoyar el plan de autonomía de Rabat para el Sáhara, requieresu tiempo. Y evaluar si, a medio plazo, beneficiará a las distintas partes en litigio, es ahoraun auténtico “sacrilegio” para los defensores (impresionante “legión”) de lo “políticamente correcto” (hoy).

En los distintos comentarios que se escuchan de los expertos ya se empieza a oír, con sordina, que al problema del Sáhara hay que buscarle una solución; quizás el plan de Autonomía, bajo supervisión de la ONU y en una mesa en la que, además del FP, deberá sentarse Argelia (no vale quedarse de espectador) se discutieran los asuntos más relevantes, podría serla solución que, de momento, parece complicada.

Argelia está en su derecho de suspender acuerdos en una decisión que perjudica a las dos partes; si se escucha a algunos estos días es como si ya nos hubieran borrado del mapa.

Una decisión como la del Sáhara se podía haber explicado pausadamente, exponiendo los pros (y los contras, que iban a surgir). No se ha hecho, pero el asunto debe ser reconducido. Sin necesidad de echar mano de conspiraciones al más puro estilo del régimen anterior, donde todo lo malo venía de Moscú.

Si de algo ha servido todo esto, además del lío monumental, es para colocar a Argelia en su papel protagonista en el asunto del Sáhara, que lo tiene desde 1975 (y antes) cuando cedió parte de su territorio para que se establecieran saharauis y el Polisario, en la región de Tindouf. ¿Temía el expansionismo marroquí? ¿Buscaba a través de una nación saharaui una salida al Atlántico?. Estaba en su derecho y lo ejerció.

Lo dicho al principio. Los conflictos parecen irresolubles cuando se está en el ojo del ciclón. Por ello, muchas pastillas de TPS y a hacerlo posible (¿es mucho pedir?) para que el asunto no se envenene más.