Opinión
De la Barcelona’92 a los frustrados JJ OO de 2030
EL 25 de julio es una fecha muy simbólica para España por ser la fiesta de nuestro santo patrón Santiago el Mayor, Jaime o Jaume en catalán, y en ese día precisamente se inauguraron hace 30 años exactos los Juegos Olímpicos de Barcelona’ 92. Sin duda fue un acontecimiento deportivo extraordinario que ha pasado a la historia como uno de los JJOO mejor organizados. Para Barcelona significó un gran impulso a su desarrollo urbanístico y a su proyección mundial como una gran capital, puntera, emprendedora, espléndida en arte y cultura, solidaria y acogedora de sus visitantes. Los nombres propios que lo hicieron posible fueron Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, el Rey Juan Carlos y Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona. El Gobierno de Felipe González prestó toda la colaboración necesaria, mientras la Generalitat mantuvo una actitud entre displicente y resignada frente a un proyecto que tenía a Barcelona y su alcalde como grandes protagonistas, opacando en un segundo plano al Govern. Procede recordar que el Ayuntamiento pudo sacar adelante sus proyectos de remodelación urbanística necesarios para ser nominada sede olímpica gracias al apoyo total de los concejales del PP municipal al grupo del PSC liderado por Maragall, ante la radical oposición de sus socios de iCyV predecesores de los Comunes de la actual alcaldesa Colau, y la resistencia pasiva de CiU. Es oportuno recordarlo para constatar que hoy sería imposible realizar este evento con las manos en las que está el gobierno municipal, y que aquella Barcelona líder ha cedido el testigo a la Villa y Corte con su actual empuje y dinamismo. Causa frustración comparar aquella Barcelona «Cap i Casal de Catalunya» con la presente situación, consecuencia de un «procés» contrario no solo al Estado de Derecho sino a la convivencia y a los signos de la Historia, superadores de estrechas miras que han levantado fronteras y muros entre los pueblos.
Por contraste con aquella gran realidad de 1992, hace un mes que España tuvo que comunicar al COI su renuncia a organizar los JJOO de Invierno de 2030 por las desavenencias entre los gobiernos autonómicos de Cataluña y Aragón, que debían presentar una candidatura conjunta. Los Pirineos españoles, gran cadena montañosa de Europa, volvían a perder ese tren del futuro por «enfrentamientos políticos basados en mentiras, susceptibilidades y suposiciones, incompatibles con una candidatura olímpica», según manifestó el presidente del COE. El Gobierno de España ni estuvo ni se le esperó en aquella cita en la que tenía una misión de impulso, moderadora y arbitral inexcusable. Es el sanchismo en estado puro.
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