Medidas económicas

Otro lío de real decreto-ley

En España impera el Estado de Derecho y por tanto no se puede tolerar ningún exceso o arbitrariedad, aunque los fines puedan ser buenos.

La impericia legisladora del Gobierno es sorprendente. A pesar de ser una «máquina» de elaborar reales decretos-ley cabía esperar que al menos aprendiera con el tiempo. No ha sido así. Ha conseguido retrotraernos a los tiempos de la hipertrofia legislativa del Antiguo Régimen. Es posible que incluso consiga superarla. Al margen de su confusionismo y redacción farragosa, propia de mediocres leguleyos, consigue crear conflictos interpretativos con una notable habilidad. Es verdad que espera que la renovación del TC, donde colocará a juristas obedientes que abracen con fervor el uso alternativo del Derecho, conseguirá esa mutación constitucional que tan grata resultaría a la izquierda política y mediática. El objetivo es que sea constitucional todo aquello que le venga en gana, porque los poderes del Estado han de someterse a la voluntad gubernamental. Por ello, el supremo intérprete de la Constitución tiene que asumir lo que emane de las Cortes. Ahora resulta que una disposición legislativa provisional, como es un real decreto-ley, no se puede cuestionar y se tiene que asumir como si fuéramos una nación de borregos.

Las normas legales se tienen que cumplir, pero siempre que no invadan competencias o sean inconstitucionales. Por ello, es fundamental que este real decreto-ley sea recurrido para que no se repita lo sucedido con el Estado de Alarma, que fue un despropósito jurídico y político. En España impera el Estado de Derecho y por tanto no se puede tolerar ningún exceso o arbitrariedad, aunque los fines puedan ser buenos. Es inquietante que se adopten medidas de dudosa legalidad y que a algunos políticos no les importe si se violenta el ordenamiento constitucional. Es también preocupante ese intervencionismo, impregnado de un insufrible paternalismo, que considera que han de reglamentar nuestra existencia, porque no somos capaces de ejercer nuestros derechos y obligaciones con sentido común. Les gusta demasiado pasar de las recomendaciones a las imposiciones, para lanzarse luego contra aquellos que discrepen del pensamiento único. Es suficiente con que el Gobierno apruebe algo, para que la izquierda política y mediática lo considere un dogma de obligado cumplimiento. A pesar de que muchos son ateos o agnósticos muestran un fervor religioso hacia el poder. Las medidas del plan energético son confusas, invaden competencias, son una intromisión injustificable y todo indica que serán poco efectivas. Otra chapuza.