Opinión

Plebiscito mundial sobre la monarquía parlamentaria

La monarquía parlamentaria como forma de Estado ha recibido con Isabel II un refrendo póstumo por la práctica totalidad de los dirigentes del mundo, acompañado de muestras de apoyo popular sin precedentes. Evidentemente el homenaje es para Isabel II, y no por ninguna otra razón, pero resulta indisociable de sus siete décadas de servicio como Reina.

Nuestros talibanes autóctonos republicanos, que descalifican la monarquía como una institución «trasnochada, caduca y no democrática», deberían repensar su planteamiento ante este plebiscito mundial, después de nada menos que setenta años ejerciendo la máxima representación del Reino Unido como su soberana. Por cierto, sin presentarse a ninguna elección para acceder al trono ni para permanecer en él durante un tiempo inimaginable para los dogmáticos del republicanismo. Algo tendrá esta forma de Estado para que monarquías parlamentarias europeas, como la británica se encuentren entre las consideradas como mejores democracias liberales del mundo. Es el caso de Suecia, Países Bajos, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Luxemburgo y por supuesto España, que tienen en la Corona una síntesis equilibrada entre su Historia y tradiciones, con la apertura a los signos de los tiempos. Junto a monarcas como Eduardo VIII, el tío de Isabel II de querencias filonazis que abdicó prematuramente, tenemos el contrapunto del veredicto popular hacia su sobrina Elisabeth, constituyendo el ejercicio de su reinado un plebiscito diario durante más de 70 años. Revalidado con su final «cum laude», como comprobamos en estos días de duelo oficial.

En ambos casos había una misma forma de Estado, pero su ejercicio marca la diferencia entre ambos. De igual forma que no escasean las repúblicas bananeras y las autocalificadas como populares, con sus dictadores y sátrapas, y eso no impide que haya ejemplos de presidentes de repúblicas dignos de respeto y admiración.

Así, cada país debe encontrar la respuesta adecuada para su gobierno, sin apriorismos ni dogmatismos de unos y otros extremos. El Reino Unido lo ha encontrado en la monarquía parlamentaria, y España también, aunque algunos quieran reescribir la Historia a su medida, para hacer creer que en una Tercera República viviríamos mejor. La experiencia de las dos precedentes tan efímeras como lamentables expresan un veredicto inapelable.

No creo haya una mayoría de españoles que considere que estaríamos mejor con Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Yolanda Díaz de Presidentes de la Tercera República, que con Felipe VI como Rey de España. Dicho queda, conste en acta.