Religion

Actuar ya de una vez en la educación

Ni «la movida, ni el botellón» les ofrece a los jóvenes solución a lo que buscan; no pueden darla ni la darán nunca; les ofrece un sucedáneo y una falsedad

Me preocupa como a muchos, la situación humana y moral que reflejan tantos y tantos niños y jóvenes de hoy, como también otras manifestaciones ampliamente extendidas en nuestra sociedad. La quiebra moral y humana que padece nuestra sociedad es grave: más que algunos males concretos, el peor de todos ellos es no saber ya qué es moralmente bueno y qué es moralmente malo; se confunde a cada paso una cosa con otra, porque se ha perdido el sentido de la bondad o maldad moral; todo es indiferente y vale lo mismo; todo es relativo y casi todo vale; todo permitido; todo es lo que cada uno decide por sí y ante sí como válido. Más grave aún resulta el desplome de los fundamentos de la vida humana, de la verdad del hombre, la pérdida de horizonte humano, de sentido de la vida: parece que nada queda sobre lo que asentar la vida del hombre, a no ser la voluntad o el deseo de amontonar dinero, de tener, consumir y disfrutar: «salud y dinero», como se dice. Y más grave aún –aunque no se quiera reconocer–, por lo vasto de sus consecuencias deshumanizadoras, es el olvido o «silencio» de Dios en nuestra época que podemos caracterizar como «tiempos de indigencia»: de ese silencio u olvido deriva el ya no saber qué se es, quién se es, qué es el hombre o qué sentido tiene ser hombre y la vida del hombre, si es que tiene sentido. Está en juego la persona, el hombre, la verdad, y, consecuentemente, la convivencia humana y el futuro del hombre.

Algunos hablan de anomía moral en los jóvenes; preocupan socialmente fenómenos como la violencia juvenil callejera, entre pandillas, y aún en la misma escuela; el creciente consumo de drogas y de pastillas de diseño, los embarazos prematuros, los abortos en edades muy tempranas... ¿Con qué tiene que ver todo esto? Tiene que ver, a mi entender, con muchas cosas. Tiene que ver con el deterioro de la familia, con la educación o no educación que han recibido, con la trivialización de la sexualidad y el pansexualismo envolvente con todos los intereses que están en medio, con la difusión de ciertas formas de vida y pensamiento, con teorías e ideologías, como por ejemplo la de género,... con muchas cosas. Seamos claros y no vayamos con miramientos: Hay algo o mucho en la sociedad y en lo que se hace con los jóvenes o con los mismos niños que, lo queramos o no, no nos atrevemos a reconocer. Ellos reflejan una situación humana y moral en la que viven, que acabo de describir. Y ahí está la responsabilidad de educar.

Este panorama, no de modo exclusivo, pero sí de manera importante, tiene que ver con la educación y la enseñanza. Basta visitar las aulas y los colegios e institutos, hablar con maestros y profesores, tener conversaciones con los padres, o relacionarse amistosa y confiadamente con los adolescentes y jóvenes, para percatarse de la gravedad de la situación (Que conste que quiero y valoro mucho a los jóvenes, que confío mucho en ellos, que espero mucho de ellos, que los comprendo, que reconozco en ellos un potencial humano fabuloso). Los jóvenes, de una manera u otra, aunque no estén muy seguros, buscan que haya un sentido para la vida o que la vida tenga sentido. La escuela, el sistema educativo, no les ofrece respuesta a esta búsqueda fundamental, al contrario, más bien la ignora u oculta detrás de un predominio en la enseñanza de la razón instrumental y calculadora, o de la enseñanza de la época digital. Ni «la movida, ni el botellón» les ofrece solución a lo que buscan; no pueden darla ni la darán nunca; les ofrece un sucedáneo y una falsedad, como tantos otros sucedáneos y falsedades que se les ofrecen desde no pocas instancias.

Mientras no se den las respuestas verdaderas y adecuadas a sus búsquedas, esperanzas y anhelos más hondos, no se habrá avanzado lo suficiente. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la organización y ordenación de la misma, la cultura imperante, es la Iglesia, son ellos mismos incluso, los que han de ofrecer la respuesta: ofrecer la verdad del hombre que ellos andan buscando, lo que les puede hacer felices y vivir con esperanza, lo que les puede conducir a ser libres y a descubrir la inmensa grandeza de ser hombre, la dignidad de todo ser humano, el bien del hombre, lo que les ayude a aprender el sentido hondo que tienen palabras como «paz, amor, justicia», lo que les llene y les arranque de la cultura del vacío o del vacío del nihilismo ambiental y de los sucedáneos, o del «cáncer» mortal del relativismo y de su dictadura.

Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia.