Cuba

Padura y la decencia comunista

Aparecen numerosas muestras de la pobreza que genera el socialismo, y resulta además evidente por qué la genera: porque viola la propiedad privada y los contratos voluntarios, y pervierte el trabajo y los incentivos de la gente

El notable escritor cubano, Leonardo Padura, ha publicado hace poco la última de sus novelas protagonizadas por el expolicía, Mario Conde: «Personas decentes», en Editorial Tusquets.

Relata dos historias habaneras paralelas. Una se remonta a 1910, en el marco de la lucha entre bandas por el control de la prostitución en el barrio de San Isidro. Y la otra muestra el presente, en La Habana de 2016; como las fuerzas del orden están muy ocupadas con la visita de Obama y el concierto de los Rolling Stones, un antiguo compañero policía le pide ayuda a Conde para resolver unos misteriosos crímenes.

Sin duda es una excelente novela policial, con atractivos, complejos e imperfectos protagonistas. Pero también es mucho más, y la primera clave está en el título. En los dos escenarios los personajes lamentan el fin de la decencia. Sin embargo, el paralelismo resulta devastador para la revolución socialista cubana, que siempre pretendió representar una ruptura con el pasado denigrante de la isla, y abrir las anchas alamedas de la prosperidad y la dignidad del pueblo.

El resultado fue exactamente el opuesto. El libro de Padura exhibe dos características ineludibles del comunismo, la miseria económica y la dictadura política.

Aparecen numerosas muestras de la pobreza que genera el socialismo, y resulta además evidente por qué la genera: porque viola la propiedad privada y los contratos voluntarios, y pervierte el trabajo y los incentivos de la gente. Con amargo sarcasmo, Padura ilustra el fracaso económico del socialismo, cuando sus personajes concluyen que la única forma de sobrellevar la pobreza en Cuba es tener FE, así, con las dos letras mayúsculas, lo que significa: familia en el extranjero.

La arbitraria y oligárquica tiranía castrista es patente desde el comienzo, con el personaje de Quevedo, un antiguo comisario del régimen, que ha arruinado la vida de muchos artistas y escritores, para mayor gloria del régimen comunista.

Sobre estas dos catástrofes, económica y política, sobrevuela la degradación socialista fundamental, indicada en el título: nadie puede vivir honradamente en el comunismo, y los pocos que lo intentan se dan siempre con el progresismo en los dientes. Queda, empero la esperanza en lo importante, en los afectos de la pandilla de Conde, la permanente realidad del exilio, y la posible restauración de la decencia, siempre presumida por el comunismo y siempre incompatible con él.