Sociedad

¡Por la vida! ¡Por la paz!

Sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias imprevisibles

En este mundo nuestro tan calcinado y desierto por la «cultura de la muerte» resuena, una vez más, con fuerza la voz libre y profética de la Iglesia, cargada de esperanza, que grita y anuncia el Evangelio, la Buena Noticia, de la vida, que trae la paz: porque el Evangelio del amor de Dios nos trae la vida y la paz, conlleva la gloria del hombre; el Evangelio de la dignidad inviolable de la persona humana, y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio, el que trae la paz.

Con amor y ternura la Iglesia sale en defensa del hombre amenazado, en defensa de la vida despreciada, en defensa de la dignidad humana preterida o violada, y se dirige a todos los hombres de buena voluntad que quieran escucharle. Clama por el hombre inocente, da la cara por el indefenso con energía, apuesta fuerte por la vida, por toda vida humana. Escuchando su mensaje se siente el gozo inmenso de ser hombre, la alegría de haber sido llamado a la Vida, la dicha de ser una de esas criaturas –un hombre– querida directamente y por sí misma por Dios, que quiere que el hombre viva y cuya gloria es ésa: la vida del hombre.

La Iglesia no puede callar y dejar de anunciar este Evangelio: ¡Ay de mí si no evangelizare!, leemos en San Pablo; ¡ay! de la Iglesia y de sus hijos, si dejamos de anunciar y exigir este Evangelio de la vida que no es otro que Jesucristo. Jesucristo al que todos buscan porque todos quieren y anhelan la vida y rechazan la muerte; ante Cristo todos se agolpan, a Él todos acuden, aún sin saberlo, porque, como vemos en el Evangelio, es sanación, ha venido a curar, ha venido a que los hombres tengamos vida: porque ¡Él es la Vida!, que ansiamos. Para esto ha venido al mundo, para predicar esta dichosa noticia y para hacerla realidad en nuestro mundo y en el venidero y definitivo. En palabras del mismo Jesús, «ha venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). «Se refiere a aquella vida “nueva” y “eterna”, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa “vida” donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre» (Evangelium Vitae 1). El acto de la tarde, del viernes pasado, el encuentro de oración de las diócesis de la Provincia eclesiástica de Valencia, es un SÍ a la vida, al hombre, una afirmación, apuesta y reivindicación por la vida cuando hay tantas fuerzas hostiles a la vida, es una denuncia de esas fuerzas hostiles, amenazadoras, dispuestas a ejecutar su decisión o su sentencia condenatoria sin defensa para eliminar o matar al hombre.

Si al final del siglo pasado, la Iglesia «no podía callar ante los abusos sociales entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización del nuevo orden mundial» (EV 5).

El Evangelio de la Vida, la defensa de la vida resuena, si cabe todavía con mayor fuerza en este este año de tantas y tan grandes amenazas contra la vida como son las guerras de Ucrania y Rusia, el hambre de tres cuartas partes de la humanidad, el terrorismo, y un largo y doloroso vía crucis de muerte. La injusticia y la opresión grave que corroe el momento presente, esa gran multitud de seres humanos indefensos que está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. En el milagro de la vida de cada ser humano se repite, en cierto modo, el milagro grandioso de un Dios que, por amor, se hace hombre; es como decir que Dios es el precio de una vida humana, de todas y cada una de las vidas humanas. Es como reconocer, en suma, que el asombro ante la dignidad de la persona humana se encuentra en Jesucristo, Evangelio de la Vida.

El desafío que tenemos ante nosotros, ya en este tercer milenio, es arduo. Sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida podrá evitar una derrota de la civilización de consecuencias imprevisibles. Tengamos esperanza. Si hoy, con razón, nos avergonzamos de los tiempos de la esclavitud, no tardará en llegar un día en que nos avergoncemos y arrepintamos de esta cultura de muerte, también legalmente establecida, de manera singular, de esos millones de abortos protegidos y amparados por leyes antihumanas y, por tanto, antisociales. Es preciso crear una conciencia más profunda y arraigada del don maravilloso de la vida y, consecuentemente, de una cultura de la vida.

Antonio Cañizares Llovera es cardenal.