Rey

Ramón Jordán de Urríes, buen caballero

«A los 18 años fue uno de los fundadores de la Juventud Monárquica Española, a favor de Don Juan y en contra del dictador Franco»

Destacó a lo largo de toda su vida por la moderación y la prudencia. Era un hombre equilibrado y ecuánime, siempre razonador, siempre coherente, siempre con las ideas muy claras. Le acompañaba un agudo sentido del humor y un extenso conocimiento de la Historia. Rendía culto a la lealtad. Entre los títulos heredados tenía predilección por el vizconde de Roda, tal vez el más antiguo de España, que el Rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso otorgó en 1366 al almirante Francisco Perelló, antepasado de Ramón Jordán de Urríes. En la última conversación que mantuve con él lo encontré como siempre. Se había enterado por un artículo que desde el 1 de abril de 1993 yo acudía, en compañía de Luis Reverter, todos los años, sin faltar uno solo, a depositar en el sarcófago de Don Juan, en el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial, un ramo de flores rojas y gualdas. Quería acompañarme. La covid frustró el encuentro.

No habíamos cumplido los 18 años cuando fundamos la Juventud Monárquica Española, la célebre Jume, que adoptó como insignia un círculo verde. A ella se sumaron enseguida Jaime Fontanar, José Luis Leal, Alonso Valdueza, Álvaro Luna, Fernando Montellano, Aguilar de Inestrillas, Jacobo Argüelles, Juan Tomás de Salas, Ruiz Vernacci, Íñigo Eliseda, Nicolás Sartorius, Guillermo Rolland…

Ramón Jordán de Urríes estuvo siempre al servicio del Rey de derecho en el exilio, Don Juan III, el hijo de Alfonso XIII, el padre de Juan Carlos I, el hombre que lo tuvo todo y que por amor a España lo sacrificó todo. En aquellos años de franquismo exacerbado, la Jume mantuvo una posición clara y precisa: al lado de Don Juan y en contra de Franco.

Hice en compañía de Jordán de Urríes medio centenar de viajes a Estoril, a veces en mi 600, a veces en su pequeño Renault. Me agradaba visitar al regreso su casa palacio de Cáceres, donde tenía una primera edición del Quijote que yo acariciaba, enamorado de los libros y las letras.

Ha muerto, en fin, Ramón Jordán de Urríes, y al redactar estas líneas he recordado los versos de Jorge Manrique: «Después de tan bien servida la Corona de su Rey verdadero; después de tanta fazaña a que no puede bastar cuenta cierta, vino la muerte a llamar a su puerta diciendo: Buen caballero».