Alejandra Clements

Ni las hunas ni las hotras

La condición de mujer usada como ariete, la condición de mujer utilizada como excusa

Decía Luis Landero hace apenas unas semanas que «estamos todos enfadados unos con otros» y, al escucharlo, le envolvía a uno como un «déjà vu» emocional, de reafirmación del bucle de enojo instalado en el ambiente desde hace casi una década y del que, pese a atravesar momentos de espejismos más calmados, no logramos escapar. Las tensiones larvadas, la crispación agazapada y la convicción de que agitar genera réditos electorales han vuelto a desatarse con toda su furia. Y lo han hecho, otra vez, engarzados en uno de esos asuntos sensibles que impelen a pronunciarse, a tomar posición y terminan marcando la agenda pese a las tentaciones de callar, de dejarlo pasar, de no seguir juegos interesados. Pero la necesidad de defender los logros comunes y de intentar esquivar la polarización gratuita, merecen una reflexión y un intento (al menos, aunque solo quede en eso) de frenar inconvenientes distorsiones.

Que el insulto, las referencias personales o las acusaciones rozando el Código penal constituyen una deriva que desprestigia el Congreso es una evidencia repetida insistentemente. Lo denunciamos, constatamos el desastre social y nos lamentamos hasta que llega la siguiente bronca. La última viene, además, aderezada con características propias: se desata por un intolerable comentario de una diputada de Vox que afecta a la ministra de Igualdad en plena crisis por las graves consecuencias de la Ley del «solo sí es sí». Y ya tenemos el ecosistema perfecto para la imprescindible radicalización en tiempos de decadencias demoscópicas. Tensemos lo que haya que tensar para reanimar los porcentajes de intención de voto, para llevar la política al ámbito de las (peores) emociones, aunque eso implique poner en riesgo los esfuerzos, pongamos que feministas, de siglos.

La condición de mujer usada como ariete, la condición de mujer utilizada como excusa. La hipérbole termina por vaciar de significado la desigualdad: que se puede ser machista siendo mujer, que no tenemos bula para recurrir a las descalificaciones y que no, que tampoco es lícito recrearse en el papel permanente de víctima por recibir las críticas inherentes al desempeño democrático. El truco de agitar las bajas pasiones debería empezar ya a ser penalizado por los ciudadanos, pero, hasta entonces, habrá que perseverar en el significado real del feminismo y su transversalidad, tan denostada por algunos, para no permitir que se deformen conquistas de todos. Y, fundamentalmente, habría que exigir que no se recurra a la coartada de ser mujer para enardecer el enfado que nos recorre. Ni las hunas ni las hotras.