El desafío independentista
Claro que sí es sí
Según Illa, en Cataluña se celebrará alguna clase de consulta acerca de los «avances» realizados en esta legislatura
A estas alturas, nadie dudará de que dentro de poco tiempo se celebrará en Cataluña alguna clase de consulta. Así lo indica el rotundo «No» de Moncloa que equivale, como se ha dicho hasta la saciedad estos días, a un «Sí» no menos estridente: como en el caso de los permisos obligatorios de conciliación parental, las reglas que impone el Gobierno no le comprometen a él. También lo señala, o lo demuestra, la claridad con la que los republicanos secesionistas catalanes han hecho saber que las condiciones de referéndum quedarán diseñadas antes de finales de enero. Y no menos importante es la declaración de Salvador Illa, desde el puesto muy estratégico –el más poderoso de España, que los dirigentes de Ciudadanos desertaron en su día– a la cabeza del PSC-PSOE. Según Illa, en Cataluña se celebrará alguna clase de consulta acerca de los «avances» realizados en esta legislatura. Lo de los «avances» se refiere a la supresión del delito de sedición y a la amnistía encubierta de los impulsores y autores del intento de secesión de 2017. Es previsible que se realice el año que viene. Será respaldada mayoritariamente por los electores catalanes y bloqueará para siempre cualquier posibilidad de vuelta atrás en la política de «avances» y «desinflamación».
En estos días hay mucha gente que ha sentido la súbita necesidad de manifestar su indignación, envuelta en exclamaciones de sorpresa, ante lo ocurrido en la política española en las últimas semanas. También se escuchan acusaciones contra Pedro Sánchez, incluso por parte de miembros relevantes del socialismo y la izquierda oficial. Es de suponer que hay que celebrarlo, aunque no resulta menos sorprendente que no se entendiera que el camino emprendido por el PSOE desde por lo menos la llegada al poder de Rodríguez Zapatero (y en las condiciones trágicas y criminales en las que aquello se produjo) conducían por sus pasos contados a lo que estamos viviendo hoy. Pedro Sánchez, como gran oportunista que es, ha cambiado muchas veces de opinión. No se podrá decir, sin embargo, que no ha seguido una línea consistente. De hecho, la más consistente en la política «nacional». Lógicamente, Sánchez aspira a recoger los frutos, electorales y políticos, de la situación que ha contribuido tan decisivamente a crear.
Lo confirmará la «consulta» catalana que viene, pero el hecho es que ya estamos en una realidad distinta a aquella en la que nos encontrábamos hace unos años. De pronto, han cuajado las expectativas y hemos cambiado de pantalla. La posición del PSOE y sus aliados está clara. No sé si lo está tanto la de la oposición. Inoperante en Cataluña, fuera de allí no parece haberse dado cuenta todavía del cambio producido. Se diría que sigue esperando protagonizar una restauración de la España autonómica, confiada y feliz que en 2011 se topó con la llamada «derrota» de la ETA y luego con el «referéndum» de 2017. Lo malo es que las restauraciones no existen. Se ha cerrado una historia, la de la democracia nacida en la Transición y, aunque con apariencia de continuidad, se está inaugurando una nueva era. Ahora hay que contar con la desconexión definitiva del proyecto nacional español de buena parte de las «nacionalidades históricas» y con un proyecto nacional muy borroso, en el resto. Es el legado de una política. Fracasada desde una perspectiva. Triunfante desde otra.
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