Navidad

Dios viene al hombre: todo nuevo y verdadero

La fragilidad de un Niño recién nacido en la más radical pobreza de un establo se convierte en fuerza de todos los débiles y esperanza para todos los hombres

«Dios ha venido a nosotros porque nos ama y espera nuestro amor. Dios es amor: no un amor sentimental, sino un amor que se ha hecho entrega total hasta el sacrificio de la cruz, comenzando por el nacimiento en la cueva de Belén» (Benedicto XVI). Esta es la luz que ilumina todo, esto es lo que cambia el mundo. En ese hecho, centro de la historia humana, se nos ofrece la gran esperanza: ¡Ha surgido el hombre nuevo, ha nacido una humanidad nueva, amada por Dios irrevocablemente, rescatada y engrandecida por Él! ¡Dios, con todo su misterio inabarcable y con todo su poder de amor salvador, está muy cerca del hombre, a él se une! ¡Este es el «sí» de Dios al hombre, el más grande que se le pueda dar al hombre! Esta es la raíz y fundamento del verdadero humanismo, ahí está su futuro.

En Jesús, ese Niño pequeño y frágil que nace en Belén –«ciudad del pan»–, Dios se ha unido para siempre con nosotros, con cada uno de nosotros, se ha implicado por libre gracia en nuestro favor, y se ha comprometido con nuestro destino. El amor de Dios a cada hombre no tiene vuelta atrás, es fiel sin condiciones, no se cambia por el gusto del momento o por la arbitrariedad de los intereses, es más fuerte que cualquier amenaza que se cierna sobre nosotros, se extiende a todos sin límites de ningún tipo. El nacimiento de Jesús en Belén no es un hecho que se pueda relegar al pasado. Ante él se sitúa la historia humana entera: nuestro hoy y el futuro del mundo penden de este acontecimiento, quedan iluminados por él. Este nacimiento, acontecimiento único en toda la historia, supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre.

Constituye el único medio por el cual el hombre puede descubrir la alta vocación a la que está llamado. Aquí está el centro de la historia. Todo converge ahí. Ahí está la gran esperanza. Nace Jesús en Belén de Judá. En Belén la noche oscura se hace día radiante y la fragilidad de un Niño recién nacido en la más radical pobreza de un establo se convierte en fuerza de todos los débiles y esperanza para todos los hombres y todos los pueblos. Ha sido un verdadero derroche de amor el que el Hijo de Dios se haga carne de nuestra carne, nazca en condiciones dignas del último de los pobres. En este misterio, el creyente, siente la cercanía de Dios en Jesús, en él se encuentra la verdad silenciosa de Dios que se ha acercado de una vez para siempre al hombre y se ha comprometido irrevocablemente con él. Entró Dios con todo silencio en nuestro abandono y ahí nos aceptó y ahí nos guarda incansable su amor escondido.

En la Navidad, Dios se ha unido, de uno u otro modo, con todos y cada uno de los hombres, se den o no se den cuenta de ello, lo acepten o no lo acepten. Dios se lo juega todo, por decirlo así, en el hombre. El destino de todos los hombres y de cada uno de ellos le importa supremamente a Dios mismo, desde que se ha hecho uno de nosotros y ha entrado en la historia. A lo largo de la historia, Dios y el hombre se le han presentado a la conciencia desgarrada como rivales y en pugna. La antigüedad pagana llegó a creer que los dioses envidiaban a los hombres felices. Los hay que creen que el combate por la libertad, los derechos y el pleno desarrollo del hombre le hace de menos a Dios, le hace sombra; y hay también falsos amigos del hombre que opinan que quienes viven en Dios y desde Dios no pueden por menos que traicionar sus compromisos con los hombres.

La fe en Dios, como «Dios con nosotros» en Jesús, vence esta conciencia desgarrada y la reconcilia en sí misma. En la Navidad podemos abrirnos, sin reservas ni sospechas a la acogida irrevocablemente decidida del amor de Dios por los hombres. Dios ha querido tener un destino en los hombres y con los hombres.

No ha querido ser Dios sin los hombres. Detrás de la exterioridad de las fiestas navideñas se esconde la verdad silenciosa de que Dios se ha acercado al hombre y se ha comprometido sin vuelta atrás, irrevocablemente, con él; Dios sale al encuentro del hombre y se hace hombre. ¡Esta es la verdad, aquí está la gran esperanza para todo hombre que viene a este mundo!

Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo emérito de Valencia.