Fútbol

La alegría

Existen también los interesados en que la felicidad no perdure. Les sale más rentable tener a la peña dividida, enfrentada, enfadada y triste

Compruebo sin sorpresa (ojo, que esto ya no es novedad) el supremacismo con el que hablan algunos columnistas y analistas políticos que se creen referencia, acerca de la celebración de los argentinos por el Mundial de su Selección de fútbol. Se usa un tono displicente, con cierto toque de desprecio, acerca de la explosión de alegría y las celebraciones de la población. Se saca enseguida a los muertos porque así se puede enfatizar que están por civilizar. Se incide en los daños que ha sufrido el Obelisco, el mobiliario urbano. Se habla de exageración, de lo flipados que se ponen con el fútbol; de lo mal que va el país y lo rápido que se les olvida; de que cinco millones de personas en la calle demuestra que esa gente se merece sus desgracias por estar más a estas tonterías que a lo importante. El caso es siempre mirar desde nuestra atalaya, siempre por encima; siempre diciéndoles qué tiene que votar, cómo deberían comportarse, cómo celebrar y qué celebrar; cómo gestionar incluso su alegría. José F. Peláez recordaba en su magnífico blog «Magnífico margarito» en una de sus extraordinarias columnas que muchos quieren terminar con la felicidad y que por eso hay que acabar con la fiesta, que es un estado donde no hay división. Y es ahí precisamente donde hay que entender la celebración en Argentina. Ese país maravilloso repleto de gente lista, rápida, sabe lo dolorosa que es la brecha enorme en la que viven, que lo inunda todo, que es cotidiana, perenne, extremadamente presente. Esa brecha desapareció cuando Montiel marcó el penalti decisivo, y por eso salieron millones de personas a la calle buscando, aunque sea por unos días, algo de comunión, abrazándose, sintiéndose, por fin, una sola persona, una sola Argentina. Aun así, siempre existen los que, yendo de profundos por la vida gracias a su elevada intelectualidad, prefieren hacer la lectura más frívola acerca del estallido de pasión. Aun así, existen también los interesados en que la felicidad no perdure. Les sale más rentable tener a la peña dividida, enfrentada, enfadada y triste. Así controlan mejor sus intereses; así se les alarga el negocio; así pueden manejar más fácilmente el cotarro. Y eso les pasa a los argentinos. Pero a nosotros también. No hay más que vernos.