Gobierno de España

Stefan Zweig y la felicidad ilusoria del Gobierno

La felicidad sólo está instalada en la cabeza de los que la disfrutan: los miembros del Gobierno

Stefan Zweig es uno de esos grandiosos escritores a los que, de forma incomprensible, el sistema educativo español ignora sistemáticamente, para desgracia de las generaciones presentes y venideras. Si alguien me pidiera situarlo en un ranking de figuras top de las letras, lo colocaría, sin duda, entre las diez mejores plumas de todos los tiempos, en clara competencia con Kafka, Mann, Chesterton, Waltari, Wolfe o Dostoievski, sin desmerecer a Cela, que no andaría rezagado, aunque La Alcarria, el Madrid de la postguerra o la Galicia profunda puedan parecernos menos exóticos que la oscura República Checa, la luminosa Venecia, las nevadas montañas suizas, el antiguo Egipto, las vaporosas calles del Bronx o la Rusia surgida de la defunción zarista. Al igual que los anteriores novelistas, el vienés trasciende a su época. Además de deliciosos, sus escritos no han perdido vigencia con el tiempo, aunque muchos transcurran en el periodo de entreguerras y el escenario elegido sea la pintoresca y vieja Europa. Todos sus libros son magistrales, e incorporan reflexiones de plena validez para el momento presente, pero uno –posiblemente de los más desconocidos– se lleva la palma. Es «La impaciencia del corazón» –antes llamado la piedad peligrosa–, una pequeña obra maestra cuya lectura debería ser obligatoria en los institutos, y en la que pueden leerse máximas inobjetables. Una de ellas dice que «cuando uno es feliz, se imagina que todos los demás no pueden sino serlo también», y capta a la perfección el estado en el que 84 años después se desenvuelven Pedro Sánchez y sus ministros mientras una gran parte de la población, ajena a esa dicha, se la ve y se la desea para pagar la gasolina, los alimentos, la luz y las hipotecas por la inflación, el alza de los tipos y una política económica deficiente. En el mundo idílico que proyectan las siempre erráticas previsiones de Nadia Calviño –la ministra que dijo que la pandemia apenas restaría una o dos décimas al PIB–, los exagerados cálculos recaudatorios de María Jesús Montero y la verborrea «amable» de Yolanda Díaz, España va bien pese a Ucrania y la derecha. Sin embargo, a los españoles las cuentas no les cuadran y no son tan felices como se imaginan las huestes monclovitas, enclaustradas en la particular nube que de forma tan sintética como certera definió el escritor. La subida del precio de la cesta de la compra de un 15,2% en 2022, el mayor alza en 34 años, es uno de los signos de la irrealidad del mensaje del aparato oficial, como lo es también la deuda pública, cuyo crecimiento asfixiará la financiación de servicios esenciales como la Sanidad y la Educación. Pero uno de los datos más esclarecedores de este alejamiento entre la ficción gubernamental y la realidad de la calle es el de la renta per cápita de los 27 entre finales de 2017 y de 2021. Durante esos cuatro años, España ocupó el último lugar de toda la Unión Europea en cuanto a su incremento, al pasar de 24.970 euros a 25.460. Una pírrica «mejora» de apenas 490 euros. En ese tiempo, la subida media en Europa fue de 2.950 y en Irlanda, el país líder, se elevó hasta 22.160 euros. Desgraciadamente, los datos de 2022 no harán sino confirmar esta tendencia y ratificar que la felicidad de la que hablaba Zweig sólo está instalada en la cabeza de los que la disfrutan: los miembros del Gobierno.