Gobierno de España
Geografía del error y la ley del «solo sí es sí»
Superada la barrera de los doscientos delincuentes sexuales beneficiados, decenas excarcelados, y con la opción de la pulsera telemática como mejor argumento del fracaso de la norma, el reconocimiento del despropósito ni se vislumbra
Del error y sus consecuencias saben bien los británicos: dos de cada tres aspiran a repetir el referéndum del Brexit. O, lo que es lo mismo, un 65 por ciento revocaría la salida de la Unión Europea y anhela una segunda oportunidad de adhesión. La encuesta del diario «The Independent» de este mismo mes, en el que se cumplen los dos años de la ruptura, pulsa el estado de ánimo de un país arrollado, alternativa o simultáneamente, por una pandemia, turbulencias económicas, desestabilizaciones políticas en cascada y hasta la colaboración en una guerra con aires de conflicto mundial. Los datos, tozudos, refieren una pérdida del cuatro por ciento del PIB y un aumento de 240 euros extra en el coste de la cesta de la compra para cada hogar medio británico, según la London School of Economics, y la demoscopia, ávida en captar tendencias, destapa una creciente masa ciudadana nostálgica de su ser europeo.
No podemos medir la melancolía de tiempos pasados que atraviese Cataluña, pero las imágenes en las calles durante la cumbre hispano-francesa de la semana pasada resultan elocuentes. Ni rastro de enardecidas o multitudinarias manifestaciones. Mientras los políticos debaten si el «procès» ha muerto o aún le quedan algunas constantes vitales, la sociedad modifica sus respuestas en función de los hechos. Más allá del agotamiento emocional de una confrontación secesionista constante, el «efecto Montreal» (como se conoce al perjuicio económico que sufrió Quebec tras celebrar dos referéndums de independencia en 1980 y 1995) se deja sentir también en la Cataluña real y los diez años de tensiones soberanistas cosechan ahora el hartazgo y la desmotivación ciudadana, que prefiere centrarse en cuestiones más tangibles y ciertas.
Y a ese saludable ejercicio de la aceptación del error, más o menos explícita, que va de Londres a Barcelona, a ese mapa de desaciertos bien podría sumarse Madrid, con parada en el Ministerio de Igualdad que, en cambio, se amarra a su falta de cálculo con la ley del «solo sí es sí». Superada la barrera de los doscientos delincuentes sexuales beneficiados, decenas excarcelados, y con la opción de la pulsera telemática como mejor argumento del fracaso de la norma, el reconocimiento del despropósito ni se vislumbra. Que nadie les pide un acto de arrepentimiento público, pero sí es legítimamente exigible una rectificación: por las víctimas (presentes y futuras), por la alarma social, por la imprescindible utilidad de la política y por la defensa del bien común. Les parecerán poca cosa. Naderías de la democracia.
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