Tribuna

Las atrocidades de Hamás que muestra Israel

Si el propósito era compartir el dolor por la atroz salvajada del 7 de Octubre, las imágenes son durísimas y reveladoras

La Embajada de Israel ha tomado la iniciativa para contrarrestar la contestación que tiene su ofensiva por tierra y aire sobre Gaza como respuesta a la ofensiva de Hamás del 7 de Octubre.

Las imágenes, sin editar, son terribles. Una orgía de sangre que se lleva por delante a todo ser viviente. En su entrada en los kibutz o casas particulares, los perros son abatidos con la misma facilidad que los militantes fundamentalistas disparan contra hombres y mujeres. Con los niños, a tenor de las imágenes mostradas, tienen algún tipo de consideración. No los matan. Mejor dicho, no los rematan. Hay una escena de las que se muestran -se supone que grabada por las cámaras de seguridad de la misma casa- en que se puede seguir como un padre judío desesperado intenta salvar del terror a sus dos hijos ante la irrupción de hombres armados que no ocultan su sed de sangre. Éste intenta huir, salvar a los niños, los empuja hacia una suerte de escondrijo. Un miliciano lanza entonces una granada. El hombre muere mientras los hijos, aunque malheridos, salvan la vida. Luego meten a estos en la cocina. Lloran desconsolados tras ver como acaban de asesinar a su padre mientras un tipo armado con un rifle de asalto abre la nevera y sin más da un trago a una bebida. Los ignora, asustados esperan que tal vez acaben también con ellos. Al rato, llega la madre. Cuando los de Hamás ya se han ido llevándose consigo -se supone- a los niños. La madre, acompañada de lo que parecen guardias de seguridad, descubre el horror. Ha salvado la vida sólo porque cuando tiene lugar ese macabro asalto ella no estaba allí.

Hay constantes imágenes de tiros y más tiros a todo lo que se mueve. Grabados por los mismos fundamentalistas para, se supone, luego hacer alarde de las matanzas que van perpetrando en su incursión. Hay una constante y es que no preguntan, sólo disparan sin cesar. Luego está la excitación que les produce la orgía de sangre. Cada vez que dan muerte a alguien dan alaridos de satisfacción. No hay remordimiento alguno. Sólo sed de venganza que se expresa con júbilo ante cada nueva víctima.

Hay una grabación que da cuenta del odio que moviliza a los milicianos, de su desprecio por la vida ajena, de la falta de cualquier tipo de compasión o remordimiento. Al más puro Estado Islámico, un miliciano saca un puñal de grandes dimensiones y se lía a machetazos a cortar la cabeza de un soldado que yace abatido en el suelo. Primero, corta con energía. Y cuando llega a la tráquea, ante la dificultad para seguir cortando el cuello, corta a golpes secos como si de un pedazo de carne en una charcutería se tratara. No ceja en su empeño hasta que separa la cabeza del soldado (casco incluido) del cuerpo. Y así se lo lleva para exhibirlo como un trofeo. Todo espeluznante y medieval. Nada de sofisticaciones. Todo a lo bruto sin pizca de reprobación ni asombro por parte del resto de milicianos que asisten al macabro espectáculo.

Esas son las imágenes que divulga la Embajada israelí a selectos grupos de opinadores y periodistas a los que se pretende concienciar del enemigo al que se enfrenta Israel. De quiénes son los tres mil milicianos que irrumpieron en Israel tras sortear el muro y cuáles fueron sus fechorías.

Y no hay duda que si el propósito era compartir el dolor por la atroz salvajada del 7 de Octubre, las imágenes son durísimas y reveladoras. Aunque puede que no se diferencien en demasía de lo que los hutus hacían con los tutsis y viceversa. O de lo que se vivió en los Balcanes cuando los milicianos serbios entraban en un pueblo bosnio. O los croatas y viceversa en las campañas de limpieza étnica. La guerra da para eso y más. Cuando se desata la ira vengativa no hay atisbo de humanidad que asome por lado alguno.

Lo que no quita que no pueda uno estremecerse ante las cifras de muertos que se multiplican día tras día en Gaza. O, en menor medida, en Cisjordania. De los miles y miles de niños que caen abatidos bajo las bombas que desde el aire sueltan los cazas de uno de los ejércitos más modernos del mundo. Esos raids/bombardeos, a decir del rastro de muerte que dejan a su paso, no discriminan a inocentes de combatientes. Y, por supuesto, siembran un renovado odio que si ya no puede ir a más en su indiscriminado afán asesino, sí puede provocar que más y más jóvenes musulmanes sientan el deseo de vengar las muertes selectivas que de seguir así van a contarse por decenas de millares.