El trípode

Ayer y hoy, el SCJ y el ICM

Es sabido que el Dios de los cristianos no es una deidad ni divinidad impersonal y evanescente como la de los paganos, sino un Dios personal y providente

Ayer viernes fue la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (SCJ) y hoy es la fiesta del Inmaculado Corazón de María (ICM), dos devociones sustanciales del cristianismo muy arraigadas en todo el orbe católico, y con particular intensidad en el corazón de los españoles dada sus especiales vinculaciones de nuestra Historia con la Gran Promesa.

Es sabido que el Dios de los cristianos no es una deidad ni divinidad impersonal y evanescente como la de los paganos, sino un Dios personal y providente, pendiente del mundo y de sus hijos, creados por amor para vivir unidos a Él por toda la eternidad tras el paso por nuestra vida terrenal y mortal. Su Providencia se manifiesta de manera constante en nuestras vidas por la fe y la experiencia, para que, quien quiera ver y entender, vea y entienda.

En momentos de particular turbación y grandes cambios, Dios se hace presente en la Historia para prevenirnos, respetando siempre la libertad humana, que es un don supremo del que está dotado el hombre, mujer y varón. Dos de esos «cambios de rasante» históricos son la Revolución Francesa y la Revolución bolchevique, y en ambos casos la Providencia se hizo visiblemente presente de la mano de estas devociones corazonistas. La primera vez fue el SCJ el que se reveló a partir de 1673, por medio de santa Margarita María de Alacoque en Paray-Le Monial, en la Borgoña francesa, pidiéndole en 1689 que trasladara al rey de Francia su voluntad de que éste realizara la Consagración del país a su Sagrado Corazón. Ni Luis XIV ni sus sucesores hicieron lo pedido, y cien años después, día por día –17 junio de 1789– se desencadenó la Revolución Francesa.

Mientras se precipitaba la Revolución bolchevique, en 1917, fue el ICM quien se reveló a tres niños de 7, 9 y 10 años en la aldea de Fátima, pidiéndoles que el Papa realizara la consagración de Rusia en comunión con todos los obispos del mundo. Así se evitaría la Segunda Guerra Mundial y la expansión por el mundo de «los errores de Rusia» –el comunismo ateo–, transformada en la URSS por la revolución. Tampoco aquí se hizo la consagración solicitada, y se produjo la guerra. En lo referente a la URSS, san Juan Pablo II hizo una solemne consagración en 1984 y la misma Unión Soviética desapareció sin violencia ninguna precisamente el día de la Inmaculada Concepción de 1991. Para ganar la paz pidió extender la devoción al ICM, y eso es lo que falta ahora en Ucrania. Más que tanques, aviones y soldados.