Opinión
"Barbiemanía" en la Plaza Roja
El furor por la película de la muñeca de plástico es una señal de que al margen de las élites los rusos y occidentales no estamos tan alejados
En Rusia la vida no es de color de rosa, menos desde que el presidente Vladimir Putin ordenase una invasión a gran escala contra Ucrania, pero la película más taquillera de Hollywood, «Barbie», se ha convertido en un fenómeno de masas en el país de los zares. Los rusos hacen colas para ver proyecciones clandestinas de la muñeca de plástico. Las guías de restaurantes muestran los lugares para degustar comida rosa, mientras los instagramers se hacen fotos con sus mejores looks de Barbie o Ken a pesar de que la red social de Mark Zuckerberg está considerada en Rusia como una herramienta «extremista». Los socios políticos del presidente ruso pidieron que se prohibiera la película, pero la moda «Barbiecore» ha llegado hasta la Duma. La imagen de la presidenta del Consejo de la Federación, Valentina Matvienko, con una chaqueta rosa se hizo viral en Rusia. El furor por el elogio al capitalismo estadounidense de Gretra Gewig empezó incluso antes del estreno mundial en la gran pantalla.
¿Es la «Barbiemanía» una señal de la rebeldía de los ciudadanos rusos contra su liderazgo? En un país tan hermético como la Rusia de Putin en el que no existe una libertad de prensa ni de reunión es muy complicado conocer cuál es el estado real de la opinión pública. Admitiendo este contratiempo, la fascinación popular por la muñeca de plástico sí puede percibirse como una divergencia de criterio entre el discurso gubernamental y el comportamiento social. Los estudios de Hollywood retiraron sus películas de Rusia en marzo de 2022 como respuesta a la guerra ilegal del presidente ruso. Pero eso no ha impedido que se sigan visionando sus largometrajes. Rusia ha hecho una regresión a los tiempos de la Unión Soviética. En los años 80 clásicos como Terminator, Pesadilla en Elm Street, Aliens o Mad Max se proyectaron ilegalmente en todo el imperio rojo en salas pequeñas que reproducían cintas VHS pirateadas con doblaje de voz amateur, a menudo una sola persona interpretaba a todos los personajes de la película.
«Barbie» tiene además una connotación especial. La muñeca de plástico apareció en los 90 y representó como ningún otro juguete el despertar democrático de una nación que sería lamentablemente breve. Para muchas «millennials» rusas, «Barbie» es más que un recuerdo de la infancia o un debatido icono feminista; es una muñeca que llegó a simbolizar una etapa de cambio y de libertad hasta la llegada en 1999 del agente de la KGB al poder.
Pero aunque muchos rusos desoigan las recomendaciones de las autoridades sobre el boicot a la película rosa y que incluso nos aventuremos a interpretar este rechazo como una oposición a la guerra de Putin en Ucrania sería ilusorio pensar que el movimiento puede trascender y concretarse en algún tipo de cambio social o político. Es más un acto de rebeldía que reivindica la libertad individual para poder elegir qué ver o cómo vestir. Que no es poco en una sociedad tan atenazada. E incluso si alguno de esos ciudadanos subversivos desean la victoria de Ucrania y el derrocamiento del Kremlin, eso sigue siendo insuficiente para poner las bases de una revuelta interna. Lo que nos enseña el éxito de "Barbie" es que margen de las élites, los rusos y los occidentales no estamos tan alejados. Y eso no deberíamos olvidarlo.
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