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El buen salvaje

La boda hortera de Jeff Bezos abre la era de la vulgaridad

Para ser vulgar de verdad y marcar tendencia en lo chabacano hay que ser muy rico y eso no se compra

Jeff Bezos ha demostrado ser un hortera. Eso a él, con un capital de unos 231.000 millones de dólares, le importará poco; es más, igual se ha esforzado en conseguirlo, como en ser un poquito menos feo. Para algo el dueño de Amazon y del Washington Post posee la cuarta mayor fortuna del mundo. Hortera es una palabra que se le queda muy corta al personaje. Un hortera expresa su mal gusto de medio pelo, pero Bezos es el rey de los horteras, el hombre que ha proclamado que estamos en el apogeo de la era de la vulgaridad y el despiporre con la boda veneciana que empezó costando treinta millones, pero que ya se recalcula en, al menos, el doble.

Bienvenidos al nuevo Versalles tecnológico. Los reyes del mundo financiero no ocultan su moral rococó. Si los ricos de otra era sudaban para no llamar la atención más de lo necesario y mamaban el esfuerzo de no hacer ostentación con lo que llamaban el «lujo silencioso» de la serie «Succession», los nuevos magnates se unen al dorado trampantojo de Donald Trump y no se permiten llevar un jersey de cachemir de Loro Piana de 2.000 euros porque a simple vista es solo un jersey que solo apreciará la aristocracia del buen gusto cuando ellos se dirigen a un público global que desconoce tal vez lo que es el cachemir y por qué cuesta tan caro.

Bezos ha lanzado un mensaje al mundo. Enseña lo que tienes, no te avergüences, no creas que es amoral mostrarse en el derroche, provoca envidia, incluso, haz que te odien y así sabrán quién manda. Regresa la lentejuela, los brillantes, el joyerío y todas las operaciones estéticas que un cuerpo pueda soportar, como el de su mujer, Lauren Sánchez, a la que no le queda un poro que no haya sido explorado por una aguja impregnada de ácido hialurónico, el nuevo eau de parfum de la era post simulacro.

El filósofo Jean Baudrillard dejó dicho que en estos años de la posmodernidad tardía no había realidad sino simulacro de la realidad, una especie de esquizofrénica caverna de Platón, pero ya es el simulacro lo que manda, la representación, el teatro. Por algo Bezos eligió El gran Gatsby como temática de la fiesta de la boda. Elon Musk, más rico aún que Bezos, también está obsesionado con el personaje de Faulkner. La fiesta y el dinero. El mensaje, no obstante, para que nos quede claro, no es que nos sintamos orgullosos de ser vulgares y eructar sandalias con calcetines como si fuéramos Homer Simpson. Para ser vulgar de verdad y marcar tendencia en lo chabacano hay que ser muy rico y eso no se compra.