El trípode
Buen comienzo en Valencia para rabia del sanchismo
Lo normal en una democracia liberal y parlamentaria es que gobiernen aquellos que obtienen el número suficiente de escaños para hacerlo en solitario o mediante pactos con quienes pueden aportar los votos necesarios
El preacuerdo al que han llegado en Valencia el Partido Popular, claro ganador de las elecciones del 28-M, con Vox para gobernar en la Comunidad, es una consecuencia natural de lo que la ciudadanía expresó en las urnas. Es oportuno evocar lo que el Presidente del Gobierno Adolfo Suárez afirmó ante las elecciones de tal día como hoy de 1977, la primeras celebradas tras la muerte de Franco y que eligieron las Cortes Constituyentes redactoras de la actual Constitución: «Hagamos normal en la política lo que es normal a nivel de calle».
Lo normal en una democracia liberal y parlamentaria es que gobiernen aquellos que obtienen el número suficiente de escaños para hacerlo en solitario o mediante pactos con quienes pueden aportar los votos necesarios, sea en coalición de gobierno o desde fuera, mediante pactos «de legislatura». Esa premisa requiere de otras dos previas y básicas: una, hacerlo con aquellos cuyos programas e identidad política son compatibles y complementarios con los suyos, lo que se resuelve mediante las correspondientes negociaciones. La otra es pactar con quienes defienden claramente el orden constitucional y su fundamento, que es la «indisoluble unidad nacional».
En España la cultura de la coalición para gobernar no ha llegado hasta que Sánchez recuperó el poder con la increíble cifra de 84 diputados y pese a haber sido cesado previamente por su partido para impedir que formara un Gobierno Frankenstein, cosa que hizo mediante una moción de censura apoyado por quienes había vetado aquel PSOE. Con su apoyo se ha mantenido en La Moncloa, y la naturaleza política de este Gobierno se ha convertido en un estigma político para Sánchez, su PSOE y la propia cultura de la coalición. Para contrarrestar las críticas a su modelo Frankenstein, el sanchismo ha estigmatizado a Vox, cuando ellos son quienes lisa y llanamente han impulsado un golpe de Estado desde las instituciones –y que repiten que «lo volverán a hacer»–, o son la marca política de ETA. Está fuera de lugar la comparación de Vox con cualquiera de los socios y aliados del PSOE que componen el sanchismo, la mayoría de ellos alimentados en las ubres del comunismo, ideología –no se olvide– condenada por el PE junto al nazismo. Vox –no se olvide tampoco– es una escisión del PP, con el humanismo cristiano en su identidad política de manera destacada, no sometiéndose (de momento) al dogma de la corrección política de la ideología de género. Ese es el «estigma» con el que Sánchez persigue a Vox, luciendo pin de la Agenda 2030 en la solapa.
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