El canto del cuco

El burro del Domingo de Ramos

El burro está presente en el comienzo y en el final de la vida de Jesús de Nazaret

Lo cuento con detalle en mi «Diario de Marcos». No se conoce una exaltación parecida del burro, ese humilde animal, a la que sucedió hace unos 2000 años en el primer Domingo de Ramos. A Jesús le costaba subir a Jerusalén. Siempre iba un poco a remolque. Prefería el campo, las aldeas y los caminos de Galilea. Disfrutaba entre los trigos, las viñas y los olivos. Descansaba en la placidez del lago. Se encontraba a gusto con los pastores, los artesanos y los pescadores. En la ciudad santa siempre tenía problemas. Era raro que no surgieran conflictos con los gerifaltes religiosos y políticos. Pero, por una vez, quiso entrar triunfante, sabiendo que iba a ser su última Pascua, que le esperaban para matarlo. Quería demostrar quién era y que aceptaba libremente su sacrificio.

Partió muy de mañana de Betania, donde había pernoctado, como de costumbre, en casa de sus amigos Lázaro, Marta y María, a una hora de Jerusalén. Era un domingo luminoso de primavera. A mitad del puertecillo se detuvo en la pequeña aldea de Bethfagé –«casa de los higos»–, apenas dos hileras de casas al borde del camino, y encargó a dos de sus discípulos que le trajeran un burro joven, aún no montado por nadie. Les dijo que lo encontrarían atado. El evangelista Mateo dice que al borriquillo lo acompañaba su madre, la burra. De ahí que, por ejemplo, en Soria y en otros lugares de España se conoce a la procesión de la Entrada en Jerusalén como de «la borriquilla».

Así, montado en el asno o en la burra con el borriquillo retozando detrás, llegó Jesús a la Puerta Dorada, por la que se suponía que tenía que entrar el Mesías. Los discípulos, eufóricos, al ver el recibimiento espontáneo de la gente, arremolinada en torno a él, con ramas y palmas en las manos, alfombrando la calle y cantando salmos mesiánicos –«¡Hossana al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor!...»– se quitaron los mantos y los pusieron de aparejo sobre el animal. Esta predilección de Jesús por el humilde borrico, como elemento fundamental de una representación de fuerte contenido simbólico, no es una elección casual. ¿Un Mesías, un Rey, montado en un pollino, en vez de en un poderoso caballo, en el momento de su proclamación popular? No es un gesto improvisado. También al nacer, su madre, según la tradición, llegó al establo de Belén montada en un asno. O sea, el burro está presente en el comienzo y en el final de la vida de Jesús de Nazaret.