Aquí estamos de paso

Cancelada

Ojalá me equivoque, pero dudo mucho que traiga el Oscar

Candados, cancelas, cierres de ofendidos, de vigilantes de la corrección presente, futura y, por supuesto, pasada, aploman y aspiran a cercenar el ascenso al olimpo de los Oscar de un personaje que conocemos desde hace tiempo pero solo hemos reconocido cuando Hollywood la ha puesto en el escaparate de las grandes estrellas de la interpretación. Es un escándalo el escándalo alrededor de Karla Sofía Gascón. No le voy a contar lo que ya imagino sabe bien, y es que ha pasado de ser admirada y aplaudida, firme candidata al orgullo mundial del Oscar, a sufrir esa cosa tan moderna y tan inquisitorial de la cancelación, o sea ser señalada como inapropiada para el éxito profesional por palabras o hechos de su vida personal. Uno, que tiene un cierto rigor en las ideas pero el alma cándida como un avecilla, pensaba que el arte, la capacidad de emocionar, de despertar admiración, de descubrir y descubrirnos, que puede poseer un artista, se han de valorar y apreciar como tales al margen de su carácter y su disposición individual a oscuridades y defectos. Como bien destaca mi admirado Alberto Zurrón en su «Sexo, Libros y Extravagancias, historia salvaje de los grandes escritores», que mañana se presenta en Madrid, casi ninguno de los que aún nos siguen emocionando se libra de rincones oscuros, incluso sórdidos, hasta delictivos, en su vida íntima y personal. De hecho, no es aventurado pensar que las tinieblas son campos fertilísimos de siembra de creatividad.

El caso es que, según se encargó de recopilar para la revista Variety una señora guionista llamada Sara Hagi, hubo un tiempo no muy lejano en que Karla Sofía publicó tuits ofensivos hacia la religión musulmana que ella se permite calificar de «insanos». Los reproduce para que no quepa duda alguna de que lo dijo y no tuvo la precaución de borrarlo.

A día de hoy todavía sigue la cascada de consecuencias negativas, de viacrucis de cancelación y desprecio a esta actriz trans por sus comentarios racistas y acaso supremacistas. Criticables, difíciles de aceptar en cualquier persona (no seré yo quien los justifique) pero escasamente o nada vinculados a su labor profesional. A mí personalmente me da igual que haya escrito algo despreciable, aunque no creo que sus tuits alcancen en rigor esa categoría, cuando de lo que se trata es de juzgar su capacidad de emocionar, de interpretar, de hacer creíble un personaje y provocar en el espectador el pellizco de los grandes actores. Ella lo hace, por eso ha sido nominada como mejor actriz.

La última del viacrucis infame de la cancelación es que la plataforma Netflix ha decidido apartarla de todos los eventos de celebración y promoción de la peli «Emilia Pérez».

No tengo el gusto de conocerla ni constancia de tener algún amigo común, solo me une a ella la profunda admiración como actriz y lo que su reconocimiento implica de reivindicación de la transexualidad, de normalización de un hecho que si bien está mucho menos presente de lo que aseguran los propagandistas de lo políticamente correcto (esos mismos que ahora la cancelan, por cierto), convive con nosotros y reclama reconocimiento. Es personal, sí, pero lo trasciende porque lo lleva a la pantalla.

Ojalá me equivoque, pero dudo mucho que traiga el Oscar. Porque me malicio que una vez más habrá vuelto a triunfar esa deleznable y posmoderna cultura de la cancelación, incapaz de asimilar que la conmoción del arte está siempre muy por encima de quienes nos la provocan.