El ambigú

Cándido

La situación española reclama compromiso y acción crítica más que resignación o indiferencia

En la novela «Cándido» de Voltaire, el protagonista experimenta una amarga confrontación con la realidad que pone en entredicho el optimismo filosófico de Leibniz, según el cual vivimos en «el mejor de los mundos posibles». Esta sátira mordaz apunta precisamente al peligro de mantener una visión ingenua y acrítica ante las injusticias, contradicciones y absurdos del mundo real. A pesar del tiempo transcurrido su lectura sigue siendo recomendable. Trasladando esta crítica filosófica al contexto actual español, encontramos resonancias inquietantes. Hemos asistido a un discurso en el que un alto cargo del gobierno cuestiona públicamente la presunción de inocencia, uno de los pilares básicos del Estado de derecho, y no para poner en cuestión el derecho fundamental, sino y con cierta tosquedad cuestionar la argumentación de una sentencia para denostar el trabajo de los jueces; más tarde otro alto cargo nos dice que hay que explicarse mejor en las sentencias, refiriéndose a una resolución de más de cien páginas, pero claro, ¡hay que leerlas! Este hecho, lejos de ser anecdótico, refleja una preocupante erosión del compromiso con los principios fundamentales sobre los cuales se asienta la democracia. Simultáneamente se nos anuncia que la televisión pública, cuya misión debería ser la de informar con rigor y promover la educación cívica, dedicará recursos públicos a contenidos de cotilleo, alimentando la apatía social frente a los problemas importantes. Esta actitud recuerda la indiferencia y complacencia que Voltaire caricaturiza en sus personajes, incapaces de ver más allá de su estrecha visión del mundo. En paralelo, mientras la escena internacional vive una guerra comercial que podría redefinir las bases económicas globales, en España se invierte una energía desproporcionada en debates sobre la regulación jurídica de la universidad privada, revelando un claro problema de prioridades políticas que evoca las discusiones superficiales y desviadas de la esencia del problema que aparecen en «Cándido». En medio de todo esto, la Corte Constitucional española parece encontrarse en un dilema sobre si los jueces nacionales pueden recurrir al Tribunal de Justicia de la Unión Europea para cuestionar resoluciones constitucionales que contravienen el ordenamiento europeo. Este debate jurídico refleja una incertidumbre preocupante acerca de la cohesión del orden jurídico interno con el europeo, generando confusión institucional que remite a la imagen caótica del mundo retratada por Voltaire. Ortega afirmó que «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo». Esta idea pone de relieve que no podemos sustraernos a nuestro contexto histórico y social, sino que debemos involucrarnos activamente en transformarlo. Desde esta perspectiva, la situación española actual reclama compromiso y acción crítica más que resignación o indiferencia. «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32); esta sabiduría bíblica resuena especialmente en nuestros tiempos, pues invita a la búsqueda activa y comprometida de la verdad frente a la manipulación, la superficialidad y la indiferencia institucionalizadas, lo cual nos ayudará a superar algunos de los episodios antes apuntados. En definitiva, al observar estos escenarios desde la lente crítica de Voltaire, difícilmente podríamos sentirnos optimistas al modo de Leibniz. Sin embargo, tampoco sería acertado sucumbir a un pesimismo paralizante. Lo verdaderamente útil de la crítica volteriana es la invitación a abandonar la ingenuidad, enfrentando la realidad con lucidez y determinación, para exigir que la sociedad y sus instituciones corrijan sus derivas. España, como Cándido, no debería resignarse pasivamente ante estos absurdos; debe abrir los ojos, cuestionar con valentía, y aspirar a un futuro no ya «óptimo», sino digno y justo. He apuntado tres cuestiones de muy diferente naturaleza que se han desenvuelto en una misma semana y que merecen atención, puesto que como resumía Sócrates: «La vida sin examen no merece ser vivida».