Editorial

Censura popular a los pactos de la vergüenza

La democracia no responde a las reglas del autoritarismo democrático, no es un ordeno y mando, tampoco el caudillismo tan del gusto del Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo, referentes para la mayoría de la investidura

Pamplona se convirtió ayer en el epicentro de la contestación ciudadana contra los ataques del Gobierno y sus cómplices al marco constitucional, con la división de poderes y la independencia judicial como objetivos principales, pero no únicos. La movilización multitudinaria en la capital navarra ha sido el enésimo altavoz popular en este caso contra la más reciente versión de los pactos de la vergüenza como ha sido la entrega a los proetarras del ayuntamiento de la ciudad por parte de los socialistas. Este caso, como todo lo que guarda vínculos con el mundo de Batasuna y ETA, ha resultado especialmente doloroso, traumático e indigno. El brazo político de la banda terrorista mandará sobre unas calles y plazas salpicadas con la sangre de demasiados inocentes asesinados por algunos a los que Moncloa ha regalado el poder y por todos los que ni siquiera han condenado las atrocidades de los verdugos. Es difícil hallar mayor bajeza moral en la conducta de un responsable público que la que se ha instalado hoy en la dirección del estado. Si el fin justifica cualquier medio, por infame que sea como es el caso, si todo ello se lleva a cabo envuelto en una mentira flagrante al pueblo, y por consiguiente bajo el timbre de la corrupción y el fraude políticos, constituye una obligación oponerse por todos los medios democráticos a aquellos que nos amenazan. Los españoles han comprendido el tiempo crucial y crítico que atraviesa la nación en manos de quien debiera velar por el bien común, la libertad, la seguridad y la igualdad de todos y, sin embargo, se ha convertido en el peligro principal, puede que único, en una paradoja casi distópica insólita en las democracias consolidadas y plenas. Con toda seguridad, Pedro Sánchez no moverá un dedo para enmendar su tétrico bagaje y rendir cuentas en las urnas ante el sujeto de la soberanía nacional, que es el pueblo español y no los políticos atrincherados entre los resortes del poder con los que pretenden desconectar el estado de derecho. Resulta incontestable que una abrumadora mayoría social censura abiertamente las actuaciones del presidente del Gobierno, incumpliendo una, dos y cien veces la palabra dada a la ciudadanía, y que estamos ante una ola que va a más. Sánchez ha hablado del «berrinche permanente» de Feijóo, y de más de cien manifestaciones en 20 días, en demanda de más acuerdos y menos insultos. No es tiempo ya de esperar ni siquiera de demandar del sanchismo seriedad y responsabilidad, ahogadas bajo toneladas de hipocresía, soberbia y vanidad. La democracia no responde a las reglas del autoritarismo democrático, no es un ordeno y mando, tampoco el caudillismo tan del gusto del Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo, referentes para la mayoría de la investidura. Por eso, el PSOE no hace otra cosa que retroceder en la intención de voto desde los comicios de julio, como constata el sondeo de NC Report. Sánchez se ha dejado casi 600.000 apoyos y Díaz, más de 400.000, mientras Feijóo ha ganado más de 700.000 para sumar mayoría absoluta del centro derecha.