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Apuntes

Los chinos no nos van a sacar del lío comercial

Ya puede trabajar a fondo la propaganda del Gobierno, que China siempre va a lo suyo

Cuando la colonia en Filipinas, el gobierno local español impulsó o toleró matanzas de chinos en el parián de Manila (el gueto en el que estaban confinados a extramuros de la capital) en los años 1603, 1639,1662, 1686 y 1762. Pero los chinos, los sangleys (comerciantes) de las crónicas de la época siempre volvían. La animadversión hacia los chinos de la población tagala se combinaba con la ambivalencia de los españoles que, por un lado, veían como se iban apoderando del comercio y de las actividades manufactureras y, por otro, los necesitaban para mantener la pujanza económica que procuraba el comercio con China y con la Nueva España (México), a través del galeón de Manila, la ruta transoceánica más larga y longeva de la historia naval. La fobia a «lo chino» ha perdurado en la Filipinas independiente hasta este siglo, pues no en vano, con José Rizal a la cabeza, formó parte del sustento nacionalista de los movimientos separatistas tagalos y criollos a finales del XIX. En efecto, los españoles fuimos pioneros en la aplicación de «aranceles» al comercio con China –la matanza de 1639 causó más de un millar de asesinados, hombres, mujeres y niños–, pero luego nos siguieron con entusiasmo los ingleses y yanquis, que provocaron los dos guerras del opio, con decenas de miles de muertos, para abrir el mercado chino al único producto que, además de la plata española de México, interesaba a su población. Por supuesto, no sólo los occidentales hemos tenido nuestros «desacuerdos» con el modo que entienden los chinos de comerciar e instalarse en las economías foráneas, con escaso respeto a los usos y costumbres locales, a la legislación laboral y a las leyes de propiedad intelectual –y, todo hay que decirlo, con una enorme capacidad de trabajo e ingenio–, ahí están los indonesios que mataron cerca de medio millón de sangleys entre 1965 y 1966, pero el resultado práctico es que, a la postre, China siempre vuelve. Hoy, es la primera potencia comercial del planeta y no importa el régimen político imperante que no renuncia a las dudosas prácticas de siempre para colocar sus productos a precio de orillo y asegurarse las materias primas que precisa su economía para seguir creciendo. Así, los primeros aranceles que les puso Trump se los saltaron utilizando países tapadera como Vietnam o Camboya, que ahora pagan el pato, y si hay que rebajar precios presionarán a una población que carece de derechos y libertades bajo el régimen comunista. La única diferencia, y no menor, es que Pekín pretende convertirse también en potencia naval, para disputarle a Estados Unidos el control del Pacífico, por si a algún Trump del futuro se le pasara por la cabeza solucionar el problema de la deuda pública norteamericana, de la que China es el principal tenedor, por la bravas, como con la mencionada guerra del opio. Así que, en mi modesta opinión, ya pueden los equipos de la propaganda gubernamental tirar de la pirotecnia y vendernos el fabuloso liderazgo de Sánchez en las relaciones con China que al amigo Xi Jinping sólo le interesa lo propio, aunque, eso sí, con muy buenas palabras y una sonrisa permanente en la boca. Mejor esperar sin histerismos y sanchistadas a que se la pegue Trump, que se la pegará, porque como dice el economista Jesús Fernández-Villaverde, el déficit comercial sólo se arregla si va acompañado de un incremento del ahorro nacional, lo que ocurrió en España con la crisis del 2008.