Martín Prieto
«¿... Y qué te parece si los matamos?»
Estábamos los dos solos en una habitación del hotel Ercilla de Bilbao durante la campaña electoral de finales de 1982, cuando Felipe González me pidió apagar el magnetófono de bolsillo y me hizo la pregunta del millón de dólares: «¿ A ti qué te parece si empezamos a matar a estos?». Estábamos picando unos comistrajos en platos sobre los culos de una sillas para no obligar al servicio a que pusiera una mesa de respeto, y en mi embarazo atraganté un taco de jamón antes de introducirme en un jardín teórico sobre los asesinatos de miembros del IRA (Ejército Republicano Irlandés) a manos del Servicio Aéreo Especial británico (los comandos SAS creados por Churchill durante la II GM) y los «Barbouzes» de la mafia de Marsella, asesinando a los militares franceses en rebeldía, agrupados en la O.A.S (Organización del Ejercito Secreto ), liderado por el opiómano general Raoul Salam, alias «El chino», y que tenían casi por único objetivo matar al general De Gaulle, presidente de la república. Felipe escuchó en silencio, yo salí de mi floresta, prendí la grabadora y abandonamos con alivio el tema de ETA.
Leopoldo Calvo Sotelo fue el presidente más intelectual que hemos tenido y se relajaba tocando el piano o identificando en láminas vasos etruscos. Comprendió con sentido de Estado que comenzando con una asonada y con su partido (UCD), dividido irremediablemente, iba a perder estrepitosamente. La mayoría de los españoles quería un cambio y un Gobierno socialista.
Felipe era un fenómeno sociológico: joven, atractivo, de verbo fácil, mesurado, optimista, integrador, un acabado producto de mercadotécnica. Cubrí su campaña en calidad de turiferario y en una rápida recalada en Madrid, mi editor, Jesús de Polanco, entró en mi despacho para espetarme: «¿No estás halagando demasiado a Felipe?». No pude contestar porque se dio la duplica: «tú sigue así que éste va a gobernar y tenemos que tenerle contento». Y dio un portazo dejándome con la palabra en la boca.
Según el imaginario socialista, quedó deslegitimado en su primera legislatura, prometiendo en su programa electoral la creación de ochocientos mil puestos de trabajo y acabando con la misma cifra pero de desempleados. Todos entendimos que la coyuntura no era favorable. Le reconversión naval costó un muerto porque la Guardia Civil tuvo que abrir fuego real, pero se recriminó a los que se oponían a la modernización industrial.
Tengo un gran paréntesis, porque me fui a vivir a América por años y no existiendo internet tenía de España chispazos inconexos. Cuando volví no reconocía a mis amigos socialistas de pana y trenca vestidos con marcas italianas e inglesas. Me decían con cinismo: «No vamos a tomar el Palacio de Invierno; es más: ni siquiera queremos alquilarlo». El desembarrancamiento socialista en la corrupción no se dio en su declive, sino que comenzó en cuanto entraron en las habitaciones del poder.
Al margen de las autosatisfacciones de Barcelona y Sevilla y de un primer AVE que iba de ningún sitio a ninguna parte, España parecía el túnel del terror de una mala atracción de feria. Según Rubalcaba, Felipe tenía que haber dimitido por haberse equivocado con los responsables de Interior, la Guardia Civil, el Banco de España, el BOE y hasta la Cruz Roja, pasando por el saqueo de los fondos reservados. El fallecido general Manglano tuvo que dimitir de los servicios de inteligencia porque a nuestro modesto nivel se había adelantado a Obama en eso de espiar a todo el mundo, Rey incluido, y para saber quién era Mario Conde, el vicepresidente Narcís Serra encargaba un costoso informe a la prestigiosa agencia estadounidense «Crillòn». Al margen de Luis Roldán y su cuento de la lechera, Felipe tenía tan mala selección de personal que nombró ministro de Agricultura a un fulano que no tenía contabilidad en A o en B, sino que no pagaba sus impuestos y tuvo la elegancia de desaparecer.
La macabra chapuza de los grupos Antiterroristas de Liberación se saldó con 26 asesinatos, entre ellos el de García Goena que era un pacifico objetor de conciencia. Al biministro Juan Alberto Belloch (Justicia e Interior) le torcieron el brazo para que ascendiera a general a Rodríguez Galindo, sabiendo que caería en el sumario de Lasa y Zabala (dos críos abertzales) enterrados en cal viva. Belloch ya estaba acostumbrado al teatro tras la entrega de Roldán en un Laos imaginario por un capitán Khan de guardarropía. Aquellos gobiernos felipistas que nunca sufrieron la amenaza «Full» de una moción de censura, nos trataron como a niños de guardería.
La pregunta de Felipe en Bilbao fue contestada afirmativamente con aquellos GAL, organizados por Mortadelo y Filemón, reclutando sicarios de ultraderecha en Portugal y Francia y frecuentando casinos y mancebías, pagando con tarjetas de crédito. José Barrionuevo es un anti-Bárcenas y ahí está la fotografía de LA RAZÓN con Felipe y Rubalcaba aporreando el portón de la cárcel para dar ánimos a su silencio. Barrionuevo escribió un libro justificativo y pidió prólogo a González. Como el texto no llegaba, hicieron la tirada y en el último minuto incluyeron el aval del jefe como separata de usar y tirar. Además, Barrionuevo se equivocó con las fechas autoincriminándose en el secuestro de Segundo Marey.
Napoleón, rodeado por sus edecanes, avanzaba por una galería de las Tullerias y vio venir a Tayllerand ayudado por Fouché. Comentó: «ahí vienen el crimen apoyado en el vicio». A Pérez Rubalcaba le encantaría ambos papeles, y, dado su empeño, es una burla del destino que se le haya escapado definitivamente la presidencia del Gobierno español. Mueve a ternura cuando afirma no haber enviando nunca un SMS a un delincuente. Y cuando no había SMS ¿qué hacia? , ¿comunicarse con tantan con todos los sumariados que ha tenido que frecuentar? Aunque el PSOE es el único partido condenado en sentencia firme por financiación ilegal, aduce el perillán que el PP lleva 20 años ganando espúreamente elecciones con dineros mal habidos. Ya quisiera el Partido Popular llevar 20 años de triunfo en triunfo, y, en cualquier caso, como sabe el PSOE, la elecciones en España no se ganan con dinero.
Los socialistas han aportado a la ciencia política el paradigma de que sus responsabilidades políticas se extinguen al perder las elecciones, mientras los demás son responsables de que se desconche un ministro. Por eso Rubalcaba no tiene responsabilidad política de que sus policías permitieran la huida de la pata extorsiva de la araña etarra. El sectarismo casado con el fariseísmo.
Especialmente, durante su segunda legislatura mayoritaria, la opinión publica, extrapartidarios y dirigentes del PP pidieron a José María Aznar que desclasificara los llamados «papeles del CESID» que certificaban inasumibles acciones del PSOE. Lo que decía Felipe de defender al Estado en las cloacas. Aznar se negó en redondo a tal proceder y por ello le demonizan, porque te odiaré todo lo que te debo. Mariano Rajoy también se ha negado al «más eres tú» y no sé si acierta, porque el PSOE se niega a su catarsis. Habrá que hacérsela.
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