Alfonso Ussía
80 euros
En España, humillar, insultar y faltar al respeto a la autoridad es una ganga. Todo empieza en el buenismo socialista y termina en el tontismo de los populares, que no remedian los males previos. Se desautorizó a los maestros y profesores en colegios e institutos, y se dejó de respetar a la Policía y Guardia Civil. Lógico si nos atenemos a la escala de la gravedad de las sentencias. Si por asesinar en atentado terrorista a un inocente la media penal que tiene que pagar el criminal no supera un año de cárcel, es consecuente que el insulto y la desconsideración a los miembros de las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado carezca de una respuesta penal adecuada. Lo preocupante del penoso caso que hoy paso a comentar es que la autora de los insultos y descalificaciones groseras a dos guardias civiles es una mujer formada y educada en una familia cristiana, en colegio de pago y con troncos familiares sólidamente arraigados en la nobleza.
La peculiar señora, por otra parte, es también mentirosa. Amenazó a los guardias civiles que le sancionaron «con llamar a Pedro, mi marido, que es el Secretario de Estado de Defensa y amigo del ministro del Interior. Tenéis los días contados». En efecto, Pedro Argüelles Salaverría, Secretario de Estado de Defensa, fue su marido, pero dejó de serlo hace bastantes años. También los secretarios de Estado de Defensa tienen el derecho a defenderse, y su matrimonio con tan insólita mujer se fue al traste. Ella es original, eso sí, pero tropezó en la advertencia tópica de siempre: «No sabéis con quién estáis hablando».
Me importa un bledo que en las mejores familias brote un grosero que no sabe dominar sus palabras. Carecería de importancia este pequeño caso si no hubiese surgido de la mala lengua de esa mujer una frase inaceptable. «Con razón, la ETA os pone bombas». Todo, por una multa de tráfico. Esas palabras convierten la anécdota en un sucedido incalificable. La conozco, y mucho más que a ella, a sus familias, especialmente a la materna. Una familia vasca de marinos y artistas, educada, leal a España, profundamente digna y en todos los aspectos, admirable. Y en homenaje a esa ejemplaridad de muchas generaciones, escribo este artículo.
«Capullos, cretinos, matones, nunca comisteis caliente, es normal que la ETA os ponga bombas». Después, cuando los agentes le solicitaron que deletreara su segundo apellido, un noble apelllido vasco de difícil interpretación si se oye por vez primera, les dijo que eran unos «burros y unos analfabetos». En un momento dado del agradable suceso, y con objeto de redondear su alarde de buena educación, dedicó a los guardias civiles una aseveración metafórica y nada compatible con la realidad. «Venís a tocarme los cojones».
En el juicio fue considerada autora de una falta al respeto y consideración debida a la autoridad o a sus agentes cuando ejercen sus funciones, y condenada a pagar una multa de 80 euros. A eso se le llama defender desde el Código Penal la dignidad y autoridad de los miembros del Orden Público. He intentado desglosar la totalidad de la escalofriante multa y he llegado a la siguiente conclusión. Por llamar a los guardias civiles que cumplían con su deber «capullos», 5 euros. La misma cantidad por «cretinos», «matones», «burros» y «analfabetos». Vamos, pues, por los 25 euros. Por amenazar con llamar a «su marido, el Secretario de Defensa», que ya no lo es –es Secretario de Defensa pero no su marido–, 10 euros. Por adelantar a los agentes que tenían «los días contados» por proceder a tramitar su sanción, otros 10 euros. Estamos en 45 euros de multa. Y 35 euros –durísimo correctivo–, por mostrarse de acuerdo con la banda terrorista ETA en la colocación y posterior explosión de bombas en las casas-cuarteles o lugares determinados frecuentados por miembros de la Guardia Civil. Su Señoría no tuvo en cuenta lo de «venis a tocarme los cojones» y «nunca comisteis caliente», por considerar que la primera frase es de dificil culminación, y la segunda la típica y tópica de quien, nacida y educada en una rica familia, carece de toda educación, dignidad y caridad cristiana. Me ofende escribir su nombre y apellidos, no por ella, que se lo merece, sino por respeto a sus raíces.
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