José María Marco

Abdicaciones

El anuncio de la operación del Rey ha vuelto a abrir un amago de debate sobre la abdicación del Monarca. No estando Don Juan Carlos en situación de riesgo ni en situación de no poder cumplir con sus funciones, resulta un poco asombroso que se hable tanto, y con tanta ligereza, de abdicación. Bastantes españoles, sobre todo los de la elite con acceso a los medios de comunicación, se dejan llevar por cierta frivolidad autodestructiva.

Apartada esta pulsión, quedan dos argumentos para respaldar una posible abdicación. El primero supone que el Rey debe estar siempre en perfectas condiciones. El otro sugiere que nuestro país, probablemente, se encamina a una situación política difícil. Y en este caso el papel del Rey como poder moderador, tal como lo especifica la Constitución, sería crucial. Por eso resultaría recomendable que la figura del Monarca tuviera toda la autoridad posible.

El primer argumento deja un poco de lado que la institución monárquica debe su legitimidad al orden dinástico. No es Rey o Reina quien quiere, y no deja de serlo cuando lo considera conveniente. Este principio, tan sencillo, otorga a la Monarquía su inmediata inteligibilidad y su capacidad para suscitar la identificación más allá de los intereses partidistas. En otras palabras, es lo que le otorga su carácter estabilizador, el mismo que ha permitido que los países que han sabido preservar la Corona en el último siglo hayan sufrido infinitamente menos enfrentamientos que los demás. Salvo en casos muy excepcionales –y no estamos en uno de estos–, el rey continúa siempre que él mismo piense que puede continuar.

El segundo argumento requiere aceptar que nos encaminamos a una situación nueva, como sería, por ejemplo, la de que en las próximas elecciones ninguno de los dos grandes partidos nacionales estaría ni siquiera cerca de la mayoría absoluta. Seguramente sería mejor no adelantar acontecimientos, pero puestos a hacerlo, lo que habría que calibrar en este punto no es la capacidad de Don Juan Carlos o la del Príncipe de Asturias, que todos damos por supuestas, sino si, aceptado esto, un rey que llegara al trono por la abdicación –en cierto sentido forzada– de su antecesor tendría autoridad bastante para enfrentarse a los problemas que le esperan. Volveríamos por tanto a la anulación del efecto benéfico y estabilizador de la Corona. Otro problema sería la presencia de dos monarcas en plenas condiciones ambos... Es una situación que ya hemos vivido en la historia de España, y que ha causado más de un problema.