José Antonio Álvarez Gundín

Aborto de género

Antes de que termine el verano, dentro de 17 días, el Gobierno aprobará la nueva ley del aborto. Es lo prometido por Ruiz-Gallardón. Nada mejor para empezar el curso que una reforma de alto voltaje ante la cual es preceptivo el choque de trenes. Para el PP es cuestión vital porque cumple así una de sus promesas electorales de mayor calado. En el PSOE, Pedro Sánchez no podría desear mejor estreno de su liderazgo que poniéndose al frente del feminismo radical para reñirle a Podemos la primogenitura de la izquierda. El falsario «derecho al aborto» es de las pocas banderas que le queda al socialismo para afirmar la identidad. Sin embargo, existe una zona oscura y siniestra en la actual ley del aborto libre que el PSOE y las feministas se niegan a reconocer. Se trata del aborto selectivo, denominación que bajo su asepsia esconde la eliminación del feto cuando es niña. La Fundación Vicente Ferrer ha denunciado que durante 2011 en la India nacieron siete millones menos de niñas que de niños debido al aborto selectivo. Aunque no esté permitido legalmente, la prohibición es una farsa porque al no haber límites durante los primeros meses de gestación no es posible determinar la voluntad real de la mujer; ni que decir tiene que en la inmensa mayoría de los casos es obligada por el marido. Lo mismo sucede en China, pero agravado por la política del hijo único, que prima al varón. Y también en Vietnam y en una decena más de países. Según la ONU, en las últimas décadas no llegaron a nacer más de 160 millones de mujeres por el aborto de género. En lo que respecta a España, nadie puede asegurar a ciencia cierta que en estos años no se hayan cometido abortos selectivos. No hay manera de saberlo porque se puede abortar sin restricción aun sabiendo el sexo del feto. Sorprende que a las feministas más exigentes no les preocupe.