José María Marco

Adiós, Mister Marshall

Hace muy pocos días casi nadie sabía nada de los yazidíes. Hoy todos sabemos que son una comunidad religiosa de las más antiguas del mundo, que se las han arreglado para sobrevivir a muchos siglos de intransigencia religiosa de todas clases, y que ahora han estado a punto de sucumbir a la última –la última por el momento, se entiende– protagonizada por el salvaje Estado Islámico, que domina partes importantes del territorio de Siria y de Irak, e incluso amenaza al Líbano. Es una de las razones que han empujado a Obama a tomar la muy difícil decisión de comprometer otra vez al ejército norteamericano en Irak. Otras son la persecución, no menos bestial, de las comunidades cristianas, la protección de los kurdos, y echar una mano al nuevo Gobierno de Bagdad.

La intervención, aunque sea larga, va a ser limitada y no se debe esperar que Obama vuelva a mandar tropas. Washington prestará la ayuda humanitaria que pueda, pero no va a intervenir como una vez lo hizo. En el gran Oriente Medio que va desde Afganistán hasta el Atlántico, Estados Unidos ha dejado de ser el responsable último del orden. Como decía ayer en estas páginas el profesor israelí Eyat Zisser, la «pax americana» se ha terminado.

Con su llegada a la Casa Blanca. Obama puso en marcha una estrategia que toma nota de la complejidad de la situación global y de las limitaciones de la capacidad norteamericana. No va a cambiar ni siquiera con un relevo en la Casa Blanca. La actual intervención en Irak es, un poco paradójicamente, una de sus consecuencias: la primera demostración práctica de cuál será a partir de ahora el alcance del compromiso militar de Estados Unidos en aquellos asuntos en los que la administración norteamericana considere que no están en juego sus intereses nacionales. Libia fue el último caso, y Obama acaba de expresar su decepción por la forma en la que los europeos se han desentendido del asunto.

Los países de la UE y los aliados de la OTAN seguimos estando en una situación privilegiada, pero tenemos, en particular los españoles, una situación específica en relación con nuestros vecinos del Mediterráneo y de Oriente Medio. Hay en juego intereses propios, que a veces será vital defender. Y también hay que ver si los valores occidentales y judeocristianos tienen algún valor más allá de la retórica. Por ejemplo, qué solidaridad estamos dispuestos a ejercer en el caso de los yazidíes y los cristianos de Irak...