Manuel Coma
¡Adiós Turquía!
En Occidente siempre hemos temido el momento en que tuviéramos que preguntarnos ¿quién perdió Turquía? Quizás acaba de llegar. Estados Unidos actuó muchas veces de valedor de Ankara ante la Unión Europea en todas sus metamorfosis, desde el originario Mercado Común, que es como si lo europeos estuviéramos siempre abogando porque los americanos aceptaran a México como el Estado 51. Bueno, sólo algo parecido, porque Europa nunca rechazó de plano la candidatura turca, fue firmando con ella acuerdos comerciales y recordándole en eternas negociaciones los requisitos de acceso que nunca acababa de cumplir, lo que no tiene nada de extraño, porque Turquía sólo es a medias europea o lo es muy escasamente. Desde el punto de vista geográfico es obvio. Sólo tiene un pequeño pie en el continente, la Tracia oriental, pero con la particularidad de que ahí está Estambul (Bizancio, Constantinopla y de nuevo Bizancio), una de las ciudades más grandes del mundo.
Culturalmente la élite tiene desde hace tres generaciones puestos sus ojos en Europa y EE UU, pero la masa de campesinos anatolios sigue siendo demasiado medioriental y nada secular. Con despecho han exclamado muchos turcos «¡si, Europa es un club cristiano!» Más bien postcristiano. No tendrá ningún inconveniente en aceptar en su seno a los musulmanes de Bosnia o de Albania, pero a más de 70 millones de turcos, creciendo a buen ritmo, mientras los nativos en el continente se estancan o retroceden, al tiempo que reciben millones de islámicos de diversas procedencias, entre ellas de la propia Turquía, es difícil de imaginar.
La indignación de Merkel o su ministro de Exteriores Westerwelle con la brutalidad empleada contra los manifestantes en la plaza Taksim y el adyacente parquecito Geza, cuyos árboles se pretendía talar, es sin duda genuina, pero también puede significar el alivio acabar con una historia interminable, cuyo fin parece alejarse, al menos psicológicamente, a medida que Erdogan ejerce su poder cada vez más como dictador y lleva al país al islamismo, más allá del islam.
Es famosa su vieja frase de que la democracia es como un tranvía: uno lo toma donde le viene bien y se baja donde le conviene. La democracia tiene la ventaja para muchos antidemócratas de que les puede proporcionar una vía hacia el poder que luego cierran en cuanto lo tienen. Erdogan, cada vez más autócrata y con planes para perpetuarse en el poder pasándose de la Jefatura del Gobierno a la Presidencia de la República, al estilo del ruso Vladimir Putin, y reforzando ésta de atribuciones, parece haber decidido bajarse en Taksim. La cuestión es que Alemania le dice que aproveche también para bajarse de Europa. Altaneramente el ministro turco de Asuntos Europeos replica diciendo que la Unión los necesita a ellos más que a la inversa. Veremos. Desandar lo andado puede también llevar su tiempo. Ahora la pregunta va a ser ¿qué cuesta perder Turquía? A ellos y a nosotros.
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