Alfonso Merlos

Agresores y agredidos

La Razón
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Fiesta mayor, ayuntamiento magno. Vergüenza mayúscula. Pero, ¡qué va! No estamos ante una guerra en la que ambos bandos abren fuego simultáneamente y respetan unas reglas durante la contienda. Este espectáculo es el opuesto. El de quienes agreden y provocan frente a quienes son agredidos y provocados. El de quienes producen odio frente a quienes lo sufren. La jungla. La ley del más fuerte. La asimetría. La bochornosa actitud de quienes se acodan en la barra del bar o en el balcón del consistorio con el palillo en la boca o la estelada en la mano pidiendo bronca y disfrutando con ella. Los que no entienden el respeto ni el decoro institucional exhibiendo por enésima vez su estampa cavernícola. La tribu. Los símbolos usados para cavar trincheras y levantar verjas. Es lo de Bosch; y es naturalmente lo del gran propiciador de este penoso numerito cuya imagen paseada por el mundo entero nos deja a los pies de los caballos: el fracasado señor Mas.

Hasta aquí ha llegado la honda fractura que ha generado en la sociedad con sus carpetovetónicos experimentos. Teóricos representantes de todos los ciudadanos poniendo por delante las banderas de batalla y azuzando el cainismo y el rechazo visceral entre españoles. Nunca es suficiente. Un mal ejemplo. Una irresponsabilidad. Un error. Un monumento a la caverna. Lo contrario de lo que se presupone a la civilización europea y desarrollada del siglo XXI. La ausencia de futuro.

Pero ahí quedan las pruebas. El trozo de tela que nos separa, desplegado con absoluta impunidad. El que nos une, padeciendo los tirones y el forcejeo. La justicia con frecuencia tarda en abrirse paso, pero cuando lo hace se presenta ante todos resplandeciente y limpia como una mañana de primavera.