Manuel Coma

Al ritmo de Arabia Saudí

Antes de la guerra de Irak (2003) el petróleo no pasaba de 28 dólares el barril. Cuando comienza la crisis mundial (finales de 2008), alcanza el pico absoluto de 147. Medio año después, 33. El pasado agosto, 115, hace cuatro días 60. ¿Es un comercio de locos? En absoluto, responde estrictamente a la ley de la oferta y la demanda. La segunda magnitud tiende siempre a crecer, pero evoluciona a tenor de la marcha de la economía. La primera es altamente manipulable. Hay también evoluciones naturales, pero el grifo se puede abrir o cerrar a placer, con cierta suavidad por motivos económicos, bruscamente por razones políticas.

Las consecuencias de esas fluctuaciones son también muy variables. El crecimiento meteórico durante el conflicto iraquí –supuestamente causado por la irrefrenable codicia por petróleo barato– fue sorprendentemente bien asimilado por las economías desarrolladas y cuando llegó la crisis, para variar, no fue el viscoso oro negro el responsable. Una economía a la baja disminuye la demanda y hunde los precios. Ahí entra en acción Arabia Saudí, la estabilizadora del mercado. Cuando le interesa. No sólo es el mayor exportador sino que, a la hora de producir, tiene la mayor capacidad de reserva. Puede reducirla o aumentarla en varios millones de barriles diarios, según le convenga. No le ha convenido porque no estaba para hacerles favores a los iraníes, en el momento en que sus correligionarios llegan al poder en Bagdad y los chiíes están cada vez más crecidos.

A continuación se produce en EE UU y Canadá la formidable revolución del «fracking», la perforación horizontal que inyectando agua a presión permite extraer petróleo y gas de los esquistos oleaginosos. América va rápidamente prescindiendo de importaciones. No de sus amigos árabes, pero éstos se encuentran con que quienes pierden el mercado americano, Nigeria, sobre todo, compiten con ellos en el asiático. La oferta aumenta y la prolongada crisis sigue embridando la demanda. Sería la hora de reducir la producción, pero los saudíes hacen oídos sordos a quienes se lo imploran, los venezolanos, que hasta tienen que importar gasolina a la desesperada. Se ha dicho que Riad trata de socavar la rentabilidad del «fracking». Ciertamente la está llevando al límite, pero está estimulando los avanzes tecnológicos. Teherán lo ve de otra manera. Denuncia las «acciones traicioneras de un importante productor» como una conspiración evidente contra sus intereses. Ese misterioso productor ya lo había hecho en 2009, en la reelección de Ahmadineyad. La bofetada a Irán también alcanza la cara de Putin, el aliado de los ayatolás en Siria.