Alfonso Ussía
Amor de novios
Me reconozco exageradamente sensible ante el amor. Del debate de la moción de censura convocado por Podemos contra el Gobierno de Rajoy, la verdad, es que sólo me interesaba el amor. Y mi interés no se sintió defraudado. Los novios invirtieron más de cinco horas en tratar de explicar porqué estaban ahí. La novia es obsesiva y, de ser factible la comparación entre una prédica y la bollería fina, su fluida e interesante intervención tuvo mucho de ensaimada. Daba vueltas y vueltas para terminar en el mismo sitio. Me emocionó la expresión de arrobamiento del novio mientras la novia hablaba. Dos horas de vientos mágicos, palabras cimeras y amor desbordado. Recordé a mi queridísimo Antonio Mingote, empecinado adversario de la ternura y los crepúsculos anaranjados. A mí, al contrario, me enterneció sobremanera la disertación de la novia, una novia enfadada, una novia colérica, una novia brutal que gastó toda su energía para caer en brazos de su amado en el crepúsculo anaranjado. Mejor, en el crepúsculo de un sol caprichoso que tiñe al esconderse en el sueño, los cielos de morados, lilas y violetas. Y cuando anunció el final de su brillante parlamento, recogió sus papeles, los introdujo en una carpeta, y acudió hacia su escaño, su abrazo con el novio me encandiló. Y desde mi casa aplaudí con fuerza el abrazo del amor, que de haberse extendido como los discursos de los enamorados, podría haber provocado un traslado urgente al más cercano hospital. «Permite a mis brazos/que se miren hechos/ hiedras amorosas/ de tu airoso cuerpo,/ que a tu fresca boca,/ robaré el aliento,/ y en ti, transformado/ moriré viviendo». Lo escribió Cristóbal Suárez de Figueroa (Valladolid 1571- Nápoles 1639) con adelanto de siglos. Brazos convertidos en hiedras amorosas de su hermoso cuerpo. Me pinchan y no sangro.
Y subió a la tribuna el novio. Tres horas de trepidante uso del arte de la oratoria. Ella, en el escaño, desmoronada por el cansancio, regalando bostezos y sonrisas. No me pregunten por el contenido del discurso del novio. Me fascinó el continente, la carcasa, la piel primera del amor profundo. Lo escribió Metternich: «El político que sea capaz de mantener durante tres horas la atención del auditorio, gobernará el mundo. Yo lo he hecho en diferentes ocasiones, pero el mundo se ha resistido a mi liderazgo». Y aquí, era ella la que miraba, la que atravesaba con su pasión la mesa de los taquígrafos para posar su flecha en la simpática ironía del amado. Y él, sin perder el hilo, respondía con su mirada a la novia amada, y cambiando Inés por Irene, le recitaba con los ojos los versos de Baltasar del Alcázar (Sevilla 1530-1606), también conocido por Anacreonte o Tirteo, gran poeta satírico. «Tres cosas me tienen preso/ de amores el corazón./ La bella Irene, el jamón/ y berenjenas con queso». Poco recuerdo de la medida e inteligente intervención del novio. La verdad es que se lucía ante ella, porque el resto del auditorio intentaba mantener los ojos abiertos, y no todos los presentes lo consiguieron. Es lo que tienen los largos discursos. Que sólo el amor auténtico los saborea y analiza. Reconozco que no seguí la perorata del novio con el mismo interés que la de la novia. Principiado el uso de su palabra viajé hasta Lerma, donde se celebraba un bautizo. Asistí al bautizo y a la posterior celebración. Me detuve, ya de retorno, en Cerezo de Abajo. Gasolina y bocadillo. Y al llegar a Madrid, encendí el aparato de televisión y el novio no había terminado aún. Rajoy sonriente.
El amor es precioso, y felicito desde aquí al novio y a la novia. Pero no resulta práctico en la política. Rajoy habló poco y los apabulló. Una segunda moción de censura, y el PP recupera la mayoría absoluta.
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