Ángela Vallvey

Animalia

Se llama Marilarva, es guapa dentro de lo que cabe, laboriosa dentro de lo que cabe y ya no le cabe más atractivo en el cuerpo, que, todo sea dicho, es de Exposición Universal. Ha trabajado duramente todo el año y le toca un merecido descanso. Al igual que a la nutria –su animal favorito, un animalico más salado que un helado de anchoas–, no le gustan las aguas dulces ni ha sabido hacerse amiga de los hombres. Y de las mujeres, regular. Por eso ha venido a la playa a pasar sola las vacaciones. La seduciría dormir envuelta en el arrullo del mar, pero en su urbanización hay tantos ruidos inquietantes de día y sobre todo de noche, que a veces se siente como uno del 15-M intentando pegar ojo dentro de su tienda acampada en mitad de la Puerta del Sol de Madrid.

Le encanta comer pescadito, y tiene una piel magnífica. A pesar de que no posee membranas interdigitales natatorias, ni –gracias al cielo– una cola gruesa y cónica terminada en punta que le sirva de timón, en el agua supera incluso a la gran Mireia Belmonte, por lo que se ha convertido en la envidia de «Playa de la Calma XIV» («cocina americana, magníficas instalaciones comunitarias, parking, toboganes para los niños...»), donde disfruta de su veraniego asueto. Arruga su naricilla de fino olfato: Marilarva sospecha que está rodeada de animales. La piscina de la urbanización parece más bien una piscifactoría, según ella. Y tiene dos vecinos, puerta con puerta, que le recuerdan a una pareja de patos recién llegados de una visita a las tierras boreales... En cuanto llegó a la playa, se adaptó a la vida acuática y se pasa el día haciendo largos (de playa, no de piscina, que largos de piscina los hace cualquiera...).