Ángela Vallvey

Apócope

La Razón
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Observo con creciente intranquilidad cómo el personal tiende a apocopar, mutila las palabras. Como si sobraran sonidos, o como si quisieran ahorrar el gasto en sílabas. Ya sabíamos que la crisis está haciendo mucho daño, pero pocos imaginábamos que la cosa llegaría tan lejos.

Por ejemplo, ahí está alguna gente pija que apocopa las palabras para aparentar ser más campechana y que su mayordomo no le guarde resentimiento y «pierda» por casualidad las cartas de sus empresas «off-shore». Son personas que viven entre nosotros con total normalidad, pero que ocultan una verdadera afición insana por el metaplasmo. Individuos que en vez de «que ha dado» dicen «cagado» y se quedan como si acabaran de inventar Google y ganar su primer billón.

También resultan típicos y encantadoramente habituales quienes dicen «E’ senao» por «El Senado»; eso es algo que suele escucharse de forma habitual en el telediario del mediodía, y una no sabe si están diciendo que acaban de cenar («he cenado») a una hora inconveniente, o si concluyen su jornada laboral en la Cámara Alta de las Cortes Generales. Una de mis debilidades en cuanto a huestes apocopantes, se refiere a quienes pronuncian «facista» en vez de «fascista». Resulta curioso pero no he logrado oír a ningún anti-fascista pronunciar con claridad la primera «s» de «faScista». Parece como si la palabra sufriera un atoramiento y estrechara la garganta de quien la farfulla y tanta obliteración le estrangulara dramáticamente la glotis hasta, en ocasiones, el ahogamiento espontáneo. Cuando escucho a alguien hablar así, se me encoge el corazón de zozobra por el área interaritenoidea del afectado. Cosas mías.

La verdad es que lo de quitar sílabas o letras de las palabras se puede interpretar de una manera profunda y seria, turbadora. Mucho apocopan quienes deberían ser ejemplo de pulcritud en el lenguaje, quizás con la ilusión –absurda, por demás– de que al comerse parte de las palabras dan signos de una austeridad que desmiente su fabuloso tren de vida. Quizás creen que, revistiéndose de un manto de escasez lingüística, su riqueza real y social, su inmenso poder, son disculpados, se redimen así ante los menos favorecidos. Cuando, en realidad, la pobreza solo se manifiesta en sus cuerdas vocales, pero no sobre el mantel de su mesa. Aunque... puede que el truco les funcione, pese a todo: que haya quienes confundan la fonación con la deglución, y que eso les compense filosófica o bancariamente.