Lucas Haurie

Apoteosis nacionalista

Por mandato expreso de Vladimir Putin, Rusia se ha convertido en un gran contenedor de eventos deportivos de primer orden. La universiada de Kazán antecedió a este campeonato, en 2014 acogerá Sochi los JJOO invernales y dentro de un lustro, el mayor país de la tierra organizará el Mundial de fútbol. Pese a la poderosa chequera de sus oligarcas, la economía rusa no consigue elevar el nivel de vida de los ciudadanos y el presidente, cuya pertenencia temprana al KGB le inoculó el veneno del autoritarismo, sabe que el deporte es el nuevo opio del pueblo. A despecho de Karl Marx. Nada nuevo bajo el sol.

Cinco minutos antes de que el graderío estallase por el oro de Elena Isinbaeva, se silbó con furia la interpretación del himno de Ucrania, cuya proclamación de independencia en 1992 sigue siendo un puñal clavado en el corazón del expansionismo paneslavo. La música sonaba en honor de la campeona del heptatlón, Ganna Melnichenko, que no ignora que fue Vladimiro de Kiev el fundador de todas las Rusias. Para lavar la afrenta, se exigía un final feliz al guión hollywoodiense de la pértiga femenina. La zarina Isinbaeva volvía para una última misión tras perder su corona olímpica en Londres a manos de Jennifer Suhr una ¡¡americana!! Se reeditaba el combate de Sylvester Stallone contra Dolph Lundgren en «Rocky IV» pero al revés, como si lo hubiesen filmado Eisenstein o Roman Karmen. Cuando la yanki derribó el listón en su tercer intento sobre 4:89, el estadio prorrumpió en gritos de «Rassia, Rassia». No se jaleaba a la campeona, sino a la patria. En el Kremlin, gusta que los planes salgan bien.