Ángela Vallvey

Árbol

Se atribuye a Xavier Arzalluz, quien fuera presidente del PNV tiempo ha, la famosa frase referida a HB: «No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan. Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas». La metáfora del árbol en los nacionalismos de la península es habitual. El árbol, esa noble y bella planta de tallo leñoso que tiende a ramificarse, les ha servido para explicarse. La más reciente ocasión la ha tenido Jordi Pujol padre, en el Parlament catalán, al espetar a sus señorías: «Si vas segando la rama de un árbol al final cae la rama (...) caerán todas y habrá sido responsabilidad de todos los que han practicado este tipo de política».

Ha pasado el tiempo. Antaño, «los que arrean», que diría Arzalluz, sacudían el árbol. Hogaño, «los que han practicado este tipo de política» están segando las ramas del pobre árbol. Imagino que, en la metáfora, el árbol es España, con esas frondosas y hermosas ramas que son sus muchos y viejos territorios.

En esta fina metáfora vegetal, los frutos, las verduras, deben ser, más que las nueces, los billetes. Verdes. «Verde que te quiero verde», que decía el desafortunado y genial Lorca. Lo que no sabemos es si los encargados de repartir las nueces, o billetes verdes, han distribuido bien o han sido fieles al refrán: «Quien parte y reparte, se lleva la mejor parte». Y puede ocurrir que, con tanto agitar, sacudir y aserrar el árbol, posiblemente no lo estén matando, pero que sí lo estén dejando feo, pocho, deslucido, sombrío y hasta absurdo. Y lo peor de todo es que no se dan cuenta de que las ramas, una vez desprendidas del tronco, nunca vuelven a crecer.