César Vidal

Asaltar los cielos

Podemos me provoca el mismo estupor que un dinosaurio. Cuando uno de sus dirigentes soltó lo del «leninismo de rostro amable» no pude dejar de pensar que lo mismo hubiera podido apelar al «nazismo de sonrisa suave» o al «stalinismo de gesto simpático». Hace unos días, la referencia a «asaltar los cielos» –una cita de Hölderlin que utilizó la izquierda romántica– me ha confirmado que Podemos es un océano de caspa –caspa bolchevique, pero caspa– decidido a esparcir su visión rancia y derrotada de la Historia a lo largo y a lo ancho del territorio nacional. Su misma discusión sobre la forma de dirección arroja un olor a revenido como si la Historia, por citar a Marx, tras ser vivida como tragedia, regresara ahora como farsa. Pablo Iglesias y sus disidentes están viviendo el mismo debate sobre el poder que, en su día, tocó al Partido social-demócrata ruso, facción bolchevique Lenin –personalidad genial, pero también despiadada, cruel y patológica– sostenía la misma posición que Iglesias. Como ironizó en cierta ocasión, el proletariado debía someterse a su vanguardia, los bolcheviques, y éstos a su vez a Lenin. Cuando un camarada le preguntó qué sucedería si algunos no lo veían así, se limitó a responder que se les fusilaría. Frente a esa visión personalista de Lenin como dictador de un partido que aspiraba a la dictadura, se planteaba la de gentes como Trotsky, Zinóviev, Kámeñev o Stalin que creían en una dirección colegiada. Ni que decir tiene que, en vida de Lenin, el personalismo fue absoluto. Luego Stalin supo aliarse en la visión colegiada con Zinóviev y Kámeñev para, primero, enviar a Trotsky al exilio y luego enviar a un español a que lo matara con un piolet. Zinóviev y Kámeñev, tras confesar que eran espías al servicio del imperialismo internacional, desaparecieron a su vez en una de tantas purgas stalinistas. A eso en el fondo se reduce la palabrería trasnochada de los barandas de Podemos. Para Pablo Iglesias, el sueño es ser Lenin y mandar de manera total y absoluta a la vez que se alza la bandera del soviet, esa institución específicamente rusa que, en teoría, era la representación del pueblo y, en la práctica, no pasó de ser una correa del transmisión. Para los disidentes, se trata de crear un triunvirato que impida el mando único de Iglesias y abra la puerta a su sustitución por uno de ellos. Ambos ansían convertirse en Nomenklatura, es decir, no asaltar los cielos sino las poltronas.